Imagen cogida de la red
DIGRESIÓN
Abolida la
distancia entre el nombre y la cosa,
nombrar es crear;
imaginar, nacer.
OCTAVIO PAZ
(—¿Qué diría ahora Juan Rulfo en una tarde de agónica idolatrías, en medio
de la apendicitis de la tierra, con los
pies dentro del polvo del odio? De
pronto, somos, pasajeros fatigados en la herida de polvo del sigilo, junto al
perro del silencio de los calabozos siempre muriendo en las redes de la muerte.
Toda la edad se congela en las estatuas, allí los bolsillos abiertos de las
sombras y las lentas sillas de los rieles como la parsimonia del galope en la
montura de barro del calendario: el yo transcurre en el humo de los adioses, el
aroma morado de las asperezas, la serpiente del semen en su acumulación de
salvajes graneros. ¿Qué dirían los trashumantes de las campanas del cierzo, en
un día amargo de rupturas con la sal hablándonos alrededor de las costillas?
Todo, al final, el aliento es una bengala fatua en medio de la grieta de los
ataúdes.)
—Ya te has
ido y es difícil cerrar la puerta. Es difícil alumbrar en la grieta
insepulta
del cuaderno que está allí, todos los días, con los zapatos
de los
recuerdos.
El olvido
sólo quiere ser la geometría de los rieles. Los brazos, quizás,
donde
naufragó el aroma con el escalofrío de los golpes sepultados.
Y, —aunque
la digresión misma, parezca una paradoja— vaciamos a menudo
los fríos
calcinados de la ceniza,
la sustancia
oscura de los ceniceros, las alambradas de sal en las arterias,
la sonrisa
dura del imposible.
—Ya te has
ido, y no dejas sino abismos de relámpagos: la escupida
que muerden
las aceras, el hervor en desorden de calcetines,
y hasta
aquella muerte que saqueó las zanjas del pálpito, la muerte del silencio
que se
ensimismó como telaraña en la cintura del ardimiento.
Después de
todo, no sé si aprendemos a morir cada día,
—nosotros,
inocentes— en las altas y bajas de la Bolsa Valores de Wall Street.
Barataria,
28.II.2013
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