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miércoles, 13 de marzo de 2013

DIGRESIÓN

Imagen cogida de la red




DIGRESIÓN




Abolida la distancia entre el nombre y la cosa,
nombrar es crear; imaginar, nacer.
OCTAVIO PAZ




(—¿Qué diría ahora Juan Rulfo  en una tarde de agónica idolatrías, en medio de la apendicitis de la tierra,  con los pies dentro del polvo del odio?  De pronto, somos, pasajeros fatigados en la herida de polvo del sigilo, junto al perro del silencio de los calabozos siempre muriendo en las redes de la muerte. Toda la edad se congela en las estatuas, allí los bolsillos abiertos de las sombras y las lentas sillas de los rieles como la parsimonia del galope en la montura de barro del calendario: el yo transcurre en el humo de los adioses, el aroma morado de las asperezas, la serpiente del semen en su acumulación de salvajes graneros. ¿Qué dirían los trashumantes de las campanas del cierzo, en un día amargo de rupturas con la sal hablándonos alrededor de las costillas? Todo, al final, el aliento es una bengala fatua en medio de la grieta de los ataúdes.)

—Ya te has ido y es difícil cerrar la puerta. Es difícil alumbrar en la grieta
insepulta del cuaderno que está allí, todos los días, con los zapatos
de los recuerdos.
El olvido sólo quiere ser la geometría de los rieles. Los brazos, quizás,
donde naufragó el aroma con el escalofrío de los golpes sepultados.
Y, —aunque la digresión misma, parezca una paradoja— vaciamos a menudo
los fríos calcinados de la ceniza,
la sustancia oscura de los ceniceros, las alambradas de sal en las arterias,
la sonrisa dura del imposible.
—Ya te has ido, y no dejas sino abismos de relámpagos: la escupida
que muerden las aceras, el hervor en desorden de calcetines,
y hasta aquella muerte que saqueó las zanjas del pálpito, la muerte del silencio
que se ensimismó como telaraña en la cintura del ardimiento.
Después de todo, no sé si aprendemos a morir cada día,
—nosotros, inocentes— en las altas y bajas de la Bolsa Valores de Wall Street.

Barataria, 28.II.2013


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