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martes, 21 de febrero de 2012

MUSGO


En el túnel del subconsciente, el trasluz de cuantos mensajes
entreteje la memoria, el hondo horcón de las abejas, la otredad
que acaso sea, un mundo paralelo a esta alta piedra del imaginario,
al suspiro inmutable de la oscuridad, a ciertos jardines
con epitafios, donde el tacto extiende las indagaciones de la sal.
Imagen tomada de Miswallpapers.net




MUSGO




El musgo me salva de la oscuridad de los depredadores; en la levadura,
elevo las palabras a los tiempos estremecidos de la lengua: tiempos
a la velocidad del bien o del mal, a la letra muerta o viva;
hoy, la libertad tiene las fosforescencias propias de la noche,
la ficción que produce la alucinación de lo imaginario.
En el túnel del subconsciente, el trasluz de cuantos mensajes
entreteje la memoria, el hondo horcón de las abejas, la otredad
que acaso sea, un mundo paralelo a esta alta piedra del imaginario,
al suspiro inmutable de la oscuridad, a ciertos jardines
con epitafios, donde el tacto extiende las indagaciones de la sal.

Toda forma tiene inexplicables simetrías: en cada tiesto despedazado,
hay velocidades irreales, duros panes de lluvia,
platos que nunca llegan a la mesa, ávidos de ojos.
Cada catástrofe tiene heridas e incertidumbres, imágenes indefinibles
que luego pasan a ser parte del retablo de la memoria,
días de campanas mutiladas, vertedero de lentos escapularios;
por doquier, la intensidad exasperada de las puertas, el musgo
crecido en los dientes, los itinerarios del búho en la noche,
hasta extenuar la piel con los acantilados del eco, esa rotación
del péndulo en manos del asesino, llena de solapas y decursos.

Al élitro húmedo del soplo, se suman los goznes y las vísceras,
esa ansiosa prolongación de los gladiolos, el pubis a quemarropa
de los poros, arte del agua en el tranvía de la brasa.
Sobre cada portafolio de la hojarasca, el pájaro avanza
hacia el regazo del pie del árbol que lleva a la pirámide, césped
negro del cuerpo, desbordado por la nicotina de las hamacas,
por el ojo ampliamente recorrido del póstumo hechizo en el aliento.

(Será siempre desvelo el caballo buscando el forraje,
la restauración de los hangares, la flecha sin ser castrada
por las raciones diarias de la levadura: el celo del arquero
se ha vuelto arco iris del alba, grueso reloj en el tronco del árbol.
Bajar al pozo del musgo, resulta una suerte de masticar libélulas,
entre un dique y otro, los invernaderos,
los tributos secretos de las armas del aliento, el césped encarnado
en la bestia, los colores diversos bebiéndose el ombligo,
quemados gritos en el kiosko del lago, sin usura el arte de moldear
la artesanía, la harina gruesa sometida a las labores de las abejas.)

En cada oscuridad verde, retumba el granito del musgo:
el litoral gira en el ala, peces de viento engullen el éter, entran
a las redes avizoradas por los ojos; sobre el ras del muelle,
la gaviota de sal en el tablero duplicado del agua, convulso
horizonte el espasmo, esta desnudez del aguacero,
este charco introspectivo del confín atesorado en la boca…

Barataria, 13.II.2012

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