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lunes, 13 de febrero de 2012

EL VACÍO A LA CARTA


No hay lugar seguro, sólo la carta del hollín pegada al paladar,
la niebla desparramada en todo el espejo de la calles,
y el juego peligroso del albur, en manos de los prestidigitadores
de turno, los que rompen con la cópula desde la infamia.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





EL VACÍO A LA CARTA




Me nutro de los rigores del ala, a la altura del sabotaje del tiempo;
vivo entre olvidos comestibles y el vacío que desprenden ciertos
manteles de tortura, los diversos objetos de la conciencia que rompen
finalmente con el propio sosiego. La luz en el territorio del sobresalto,
la lágrima desbocada a merced de la sed de todos los días.
A veces cada instante es un martillo en la tristeza: bajo la cama
cuelgan los cuartones de la noche,
el sudor de un blues, raído por los guantes de la avidez;
salta a la vista el territorio de la hamaca, las escaleras vacías
del pájaro, con un chillo de saliva, la herrumbre de los muertos
habla con sarcasmo, así aprendo que la felicidad la corroe de a poco,
el destino, la culpa donde agonizan los muros,
el terraplén caduco de la leña, el enredo de los recuerdos
como la asechanza de la caligrafía en los tapiales de la ciudad.
Me doy cuenta que el vacío produce los vahos más inciertos:
cae el rocío como un largo silencio en las sienes,
embriaga el espesor de la garganta en la hora tendida de moscardones.
Lo único visible es el hueso descarnado al pie del desfiladero,
el seno sajado por el moho del cansancio,
los ojos a quemarropa del vaso vivido de la tormenta que supura
a la diestra profunda del absurdo.

(Fundido el estribillo carnal del sexo por el césped convocado
de las palabras, —bajo la oda o el madrigal— el dístico del entusiasmo
en sonidos, los rostros hundidos en la humedad de la boca;
la lira del viento, que con el ojo, consume el despojo, la caída
a las aguas, severas y postreras del alma
donde la inmundicia se deja ver a golpe de hormigas.)

Pero no sólo es el retrete el que está a la vista de la carta, sino,
el nicho el frío, cegadas lámparas de su propia pedagogía.
No se necesita de un oráculo para entender el charco de sal
en las pupilas, la pipa servida en el plato de la sobremesa,
el gato negro visible en el cielo irreal de los delirios; hoy es suficiente,
divisar el aullido, siempre mortal en todas direcciones,
siempre pegado al vértigo del calendario.

No hay lugar seguro, sólo la carta del hollín pegada al paladar,
la niebla desparramada en todo el espejo de la calles,
y el juego peligroso del albur, en manos de los prestidigitadores
de turno, los que rompen con la cópula desde la infamia.
Con todo y el cansancio oscuro del polvo, con todo y esta correlación
de fuerzas impuras, hay quien espera dar su última caída,
sin caer, en la depredación del mareo, —enterrar la demencia—,
sino en otra tierra más pródiga…

Barataria, 05.II.2012

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