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domingo, 1 de enero de 2012

MEMORIA CLANDESTINA


Bajamos al inframundo de los deshielos; solos anduvimos
en esta prisión de poros y ojos,
con el único traje que usan los reptiles,
sombras ocultas en el vaso de nuestros ojos, escondidos
en la fuente del árbol del sonambulismo, en la sangre bebida del aire
junto al muro devorado del cuerpo, transformado en memoria.
Fotograf{ia de André Cruchaga




MEMORIA CLANDESTINA




Desde la sombra inmóvil, la almohada
brinda a los dos, sumo acorde humano.
JORGE GUILLÉN




Es la lengua la que llagada quema los párpados, sombra
del alquitrán en el hierro forjado de los relámpagos, ríos ocultos,
subterráneos después de morder la garganta en el abismo
de unas manos ocultas. Digo que amo el césped anegado de lengua,
sobre la sábana el barniz quemado del vacío,
adentro, el veneno de las bóvedas, el cuentagotas de la polea
del cielo, el techo con sombreros hasta avanzar el minuto
respiratorio, el nudo de los pies sostenido en los puntos suspensivos,
los semáforos al término del orgasmo,
el vino perpendicular sobre el césped, a punto de repetir
la velocidad del infinito, el gusto y el disgusto del vaivén, la corrida
a media asta de los brazos, aquí en la boca el sexo, tu sexo,
sintiendo la tortura de la profundidad,
la condición sin agotamiento de la existencia, elegimos cualquier
butaca para sostener el sombrero del ansia, las paredes de la casa
reforzadas con suspiros, la audacia de esta embriaguez plena.

Siempre el incendio nos llegó hasta el cuello, oculto el semen
y la fosforescía, el vértigo de la sombra, el ruido de la hoguera:
entre silencios y delincuencia,
ocultamos los instrumentos de la fogata, la religión,
el delirio, la angustia. Decimos, sin embargo, abrir las puertas
del hambre hasta consumir todos los afrodisíacos,
los ojos del circo,
el terror de los perros callejeros, la crueldad de cuanto nos rodea,
nos poblamos de sueños y vértigo, a veces de cinismo,
el lobo en la imaginación del deseo, el desenfreno hasta la pulmonía,
la risa al borde de la locura, el vómito en la lascivia,
en lamer el racimo de dedos en la marea más alta de la noche.

Bajamos al inframundo de los deshielos; solos anduvimos
en esta prisión de poros y ojos,
con el único traje que usan los reptiles,
sombras ocultas en el vaso de nuestros ojos, escondidos
en la fuente del árbol del sonambulismo, en la sangre bebida del aire
junto al muro devorado del cuerpo, transformado en memoria.

Ahora desmenuzo el arco iris que cambió nuestras miradas,
la desnudez del ave gris de los dedos,
la velocidad con que la flor crece y muere, el tatuaje a caudales
del grifo, la resina en la playa del espejo, la carne tuya salpicando
mi alfabeto, negros párpados en la úlcera de las manos,
―Vives en el musgo de mi cuaderno, condenado al ocultamiento,
a cierto silencio de piedra, a caminos fermentados en acuarios;
vives plantada en mis uñas, ángeles ocultos en su propia tortura.

Barataria, 28.XII.2011

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