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martes, 31 de enero de 2012

INTRODUCCIÓN AL TRÓPICO


Dejé de entender la respiración de los pulmones y el ahogo,
dejé de soñar, aunque están presentes las aves de rapiña,
dejé el asombro para interpretar lo adusto,
me decidí entonces, por la oscuridad aunque me volviera sospechoso,...
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INTRODUCCIÓN AL TRÓPICO




En el trópico de mis aguas, hay corrientes subterráneas:
de orilla a orilla quemo el tiempo, aprieto la hoja de sudor
de las mejillas, el poro de la sombra caída en mis manos,
las fauces térmicas, horizontales, que se entregan al mediodía.
De pronto quedo atrapado en los bejucos de la lluvia,
no huyo del altamar de los poros encabritados,
ni de este magnetismo de juegos suculentos.
Un torogoz en la lengua, lame la sal de la espuma, el baño sauna
en el tecomate de la boca;
de pronto el crujido en la escalera de la garganta,
el trópico en los caracoles íntimos de la blandura, fuente del coral
en la puerta de la boca, tumbada piel del aroma antiguo
del sudor, en el derribo del umbral de la montaña, alforja de aguas.

Siempre hay cielos falsos en derredor de la hojarasca;
caen los sombreros del invierno en derredor de mis sienes,
el tiempo escarba en el subconsciente,
me advierte del albedrío comestible,
de ciertos misterios que se van haciendo memorables,
a cada golpeteo alrededor de la mesa donde nunca faltan comensales.
Algunos días la selva nos deja los días horadados,
visibles como las grandes piedras apoyadas en la desnudez.

Siempre hay leyendas que nos rompen el pecho con piedras
inmóviles, esquinas oscuras de melancolía,
huesos de no sé qué furiosos miedos,
horizontes que al cabo, golpean la tierra del nosotros con alevosía.
En medio de los ojos masticamos sombras, —lo sé a pesar
del clamor de la luz entre la maleza, desoigo los peces de la espuma
colgados de los colores del desvarío: aquí es así, la tela del verde
tiene bosques sordos y lenguas con forma de alfileres.

—De pronto sé, también, que nos toca reírnos de nuestras propias
desgracias, nunca sana el aliento cuando lo cimbra la oscuridad,
nunca vi tanta precariedad en el espíritu,
ni molduras de infectada levadura, ni resonancias oscuras;
es menester que al filo de la aurora nos sorprenda el destino,
con su tallo de aullidos: cuántas temperaturas nos hace padecer
este camino de fuegos silenciosos,
ladrillo sobre ladrillo, el muro de la noche con su delirio,
con su boca tañida de lápidas, vértigo de hilvanes.

Dejé de entender la respiración de los pulmones y el ahogo,
dejé de soñar, aunque están presentes las aves de rapiña,
dejé el asombro para interpretar lo adusto,
me decidí entonces, por la oscuridad aunque me volviera sospechoso,
me libré del alambre de púas, pero sigo aquí buscando
torpemente la cerradura de otras sombras en el azufre…

Barataria, 23.I.2012

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