Te quedas caballo azul en el lavatorio blanco del cielo
junto a la luz oscura de los ascensores de las nubes,
cuyos dinteles me recuerdan los sombreros ceñidos al último recuerdo,
al espejo púrpura del sexo cruzando la estampida del fuego.
Imagen tomada de Miswallpapers.net
TE QUEDAS CABALLO AZUL
Te quedas caballo azul en el lavatorio blanco del cielo junto a la luz oscura de los ascensores de las nubes, cuyos dinteles me recuerdan los sombreros ceñidos al último recuerdo, al espejo púrpura del sexo cruzando la estampida del fuego. La lluvia tiene frondas de ascuas, ríos donde la imagen bebe las flechas de las olas anudadas a los pezones de cada silbido del cuerpo; es una ciudad destilando catedrales de enredaderas, atrios de luz incendiando los ojos, ¡qué oquedad es está donde se hunden mis manos como la sombra del folio en la fruta madura, en la sed sin capitular en la lengua? Azul, también este cuerpo en la extrañeza, meses de transpirar sin oxidarnos, espejos innumerables como juego de trenes, abiertos al vilo en el vagón del gozo; de par en par siempre en la redondez del orgasmo, en la cubeta de la memoria donde el vaho es ráfaga de viento. En el río de la piel, la balsa sacudida de la fantasía, las aguas en la red de los párpados, cada folio en la vitrina del quejido. En el silencio, los pájaros y la espuma, el rastro dactilar sobre el relieve embalsamado de lo poseso: la llave al mar del tránsito…
Barataria, 27.XI.2011
¡Que las musas no te abandonen! Es un regalo leer su reflejo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Mercedes
Gracias, querida poeta, por la bienandanza y bienaventuranza de tus palabras en este cielo a caballo.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga