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sábado, 19 de noviembre de 2011

GARGANTA DEL AZÚCAR


En la miel de las abejas se pierden las nubes de la lágrima,
todos los hígados rotos del olvido,
el camino del cuerpo que quemaron los cigarrillos en la sábana
hecha por las ovejas que se cuentan en el desvelo,
insomnio perpetuo del agua fermentada, agonizante del armario
cargado en el tejado de los párpados;
un día, después de todo, el azúcar sube a la garganta...




GARGANTA DEL AZÚCAR





Hay una fuerza oscura
que nos llama.
ÁNGELES MORA




Quiero que sol, fuego y sombra, sean de azúcar, raíces blandas
crepitando en la garganta, cielos puros para comprender los nombres:
la rosa de la luz hasta el punto de fusión de lo inmune,
digan lo que digan, hay tantos miedos derramados en las calles,
cobijas rotas, bacinicas en la boca de la noche,
al punto de subir como hormigas por los aleros de la brisa;
¿Cuántos días he tenido amarga mi boca, años agridulces de sillas,
días cruzando la calle de arrayanes y limones,
la estulticia a través de la garganta hasta el punto de agonizar
en el cemento, gotas adhesivas de locura en medio de nombres
que no pueden nombrarse ni habitarse porque la oscuridad
de los relojes los desordena y los ciega,
los habilita para que sólo anden en la solapa del viento, casi invisibles
como la habitación gastada del petate en las uñas del domingo?

En la miel de las abejas se pierden las nubes de la lágrima,
todos los hígados rotos del olvido,
el camino del cuerpo que quemaron los cigarrillos en la sábana
hecha por las ovejas que se cuentan en el desvelo,
insomnio perpetuo del agua fermentada, agonizante del armario
cargado en el tejado de los párpados;
un día, después de todo, el azúcar sube a la garganta como la marea
del litoral olvidado, césped gastado de la bruma,
y sin embargo aquí, almohada de horizontes, abierto pájaro
de este mantel blanco que anhelo como hostia en los brazos.

La garganta también es un navío de recuerdos: años despiertos
en el pecho, a punto de hervir en el calendario cóncavo
de los cambios de estación, propios del camino de los litorales,
cerca del violín filial de las manos,
enjambre dulce del reloj en la boca, aquel cojín de párpados
que atravesó el poro de la garganta, convertido luego en moho,
en voz vacía de cerradura,
en sombra de podrida fruta, planeta de batallas campales,
al punto de ya no ser, sin dejar de ser noche gastada, celda,
cementerio al borde del plato con sobornables cucharas.

Con todo, quiero ganarle un lugar de azúcar a la garganta, después
de peregrinar entre la breña de las criptas,
después de caminar con duras alas,
después de ser la sal mi única trinchera, después de vivir hasta
el cuello con lámparas amargas, con caramelos de espinas,
palabras de salobre garganta, ceniza traída de la afonía.
Con todo, debo encender la arganilla de los espejos, quitar
las credenciales a la fatiga, buscar el ojo de los puntos cardinales,
morder de un tajo las estrellas desafinadas del crepúsculo,
sólo así el santo rosario de los trenes en la garganta…

Barataria, noviembre de 2011

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