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sábado, 13 de agosto de 2011

OJOS SEPULCRALES, LA PUPILA EN EL FERÉTRO


En la calle, el ojo labra sus propias negaciones. Está presente
el féretro que conduce nuestro cuerpo; bajo la noche fría
el promontorio del desvelo, el río desvencijado de las sombras,
la continua posibilidad de no ser,
de convertirnos en el centavo del malhechor.
Imagen tomada de Miswallpapers.net





OJOS SEPULCRALES, LA PUPILA EN EL FERÉTRO





Subterráneo, un león,
parecido al verano,
cierra su azar filoso,…
FERNANDO PEREDA




En la calle, el ojo labra sus propias negaciones. Está presente
el féretro que conduce nuestro cuerpo; bajo la noche fría
el promontorio del desvelo, el río desvencijado de las sombras,
la continua posibilidad de no ser,
de convertirnos en el centavo del malhechor.
En presencia de la medianoche, la sombra de la respiración
es lenta, mínimo taburete del día; sobre la tierra que desmorona
los arrullos, aquel vaso de césped de la felicidad;
en el ojo afilado, el vislumbre de la voracidad,
las cucharas entregadas a la sombra, el sexo amargo en la limonada,
el trapecio desarticulado, en el puñado de hollín del pabilo;
cabalga el ojo sepulcral,
la ráfaga de féretros en las pupilas, los trenes mortuorios del zumo
del último amor que sacudió las costillas e hizo del ijar oscura ceniza.

De todas formas, el petate de la polilla se ha vuelto combustión,
oscuras islas sostenidas con pernos,
toboganes de relojerías siniestras, vuelos al ras de la piel,
encajes de dudosa blonda con orlas de saliva a punto de saltar
del paraguas, de la herida ancestral de los armarios,
del tanto por ciento de los rieles del resplandor, alacenas cuesta
abajo del desfiladero de la lengua.

(Cuesta entender el susurro y quedar ileso. Hay días siniestros
como el zopilote que voraz, ronda las sienes; hay días donde desfilan
ventanas con ojos transparentes;
hay días a media asta, y aceras hundidas en los zapatos: días
resplandecientes como las brasas,
días arrugados sobre la piedra erosionada por las aguas;
hay días como tú o como yo, puertas sin atuendo para la extrañeza,
hay días como yo o tu, preámbulos de la noche, carcomas de nuestra
integridad, silencios apetecidos de la noche.
Hay días como ambos, dibujos cada vez, abriéndose a la caricatura,
a la angustia vegetal del césped bajo el zapato voraz de la desnudez.)

Atardece en el charco de las sienes: la pupila en el féretro,
sobre el copo de ceniza de las pestañas;
atardece en la llanura de la incógnita, en los cabellos blancos del agua,
en el orgasmo vertical del bisturí sobre la víscera,
en la convulsión del vómito cuando la mecedora se ha vuelto sombría;
atardece la incandescencia,
la obstinación del azúcar licuada en los poros, el disparo en cascada
de los encajes, el rapto del aliento,
las campanas que en un momento asaltaron las sienes, el desván
con la agonía onírica del fuego, el tejado andado como una trompeta.
La tarde es ya, el ojo sepulcral del vendaval, féretro en la pupila.

Barataria, agosto de 2011

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