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martes, 23 de agosto de 2011

FOSFORESCENCIA DEL CIERZO


Entre los bejucos respiramos las aguas del cierzo, rascacielos
mordido por el badajo del crespón en vilo; entre la piedra
y la arena, la luz, la ignición del anís que invade la boca,
el cuerpo de las aguas en el cuerpo del poema, juego de peces
la proclamación de la piel, la emboscada de los encajes en el sueño.




FOSFORESCENCIA DEL CIERZO




Lo mismo que mis otros hermanos, sometido
—Giotto— al rigor del éxtasis geométrico.
RAFAEL ALBERTI




Entre los bejucos respiramos las aguas del cierzo, rascacielos
mordido por el badajo del crespón en vilo; entre la piedra
y la arena, la luz, la ignición del anís que invade la boca,
el cuerpo de las aguas en el cuerpo del poema, juego de peces
la proclamación de la piel, la emboscada de los encajes en el sueño.
Entre las ojeras de las nubes y el jadeo,
las rachas rojas de la acuarela, agosto de alelíes del viento,
rocas ante la blancura del vilano; cuando el pubis nieva en el cierzo,
cada labio esparce las páginas del quebranto,
cada goteo del élitro borda la herida de constelaciones.

—(Nos perdemos en las preguntas punzantes del silabario: desde
la pequeña ráfaga al imperativo del planeta, trato de encontrarme
a mí mismo, que es a fin de cuentas, el sentido del ser humano;
un libro no es suficiente para aprender toda la sabiduría de la aurora,
pero ayuda a entender nuestras debilidades, vuelve viable la soledad,
aunque se padezca de amnesia.
Siempre estamos rodeados por fantasmas. Fantasmas de todo tipo,
haciendo más pronunciado el frío de las sábanas,
el idioma subterráneo de la memoria,
la terquedad múltiple de la piedra sobre nuestra materia informe.
A menudo cada cual, se vuelve hosco ante la hojarasca:
negamos la fuerza primaria del fuego, negamos inclusive el cierzo
que nos hace palpitar en sonidos,
en un idioma que sólo vos y yo entendemos. Nadie puede apadrinar
nuestra tempestad, sólo nosotros, hijos del tiempo, o de esa cruz
de los versos de Quevedo.
Al final, cada quien es dueño de sus propios silencios. No hay más
labriegos en este ámbito que nosotros. Quizá nuestra vocación indemne
sea cargar el arca de la ausencia, y evocar la elocuencia de otros días.)

Mientras la lava nos consuma, hay ventanas y nidos en la aurora.
Yo me aferro a la altura de tu ombligo, al denso vértigo
que nos absuelve, a esta caldera desde dentro, a la patria de esos
espasmos que arrasan, como un cataclismo, la marea
de nuestros sentidos, los sexos líquidos como cereales azules
domesticándose en el cuenco de las manos.
No importa cuánto dure lo esperado. Unánime es el grito y la entereza,
toda el hambre de bosque e inviernos, toda la conquista de la Esperanza;
a cada cual lo invade, la fosforescencia del suspiro,
el tupido tablero del cierzo en los poros,
y este intenso cuaderno de azúcar, donde simiente y tempestad,
formar el árbol del zodíaco.
Mientras la respiración destelle en los poros, la claridad será
con nosotros, el hervor necesario para el desayuno…

Barataria, agosto de 2011

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