Quien inventó el cuaderno, inventó la oscuridad de la tinta,
el sonido de las esquinas, las palabras sigilosas de la lluvia,
esta herida de cristales donde los bolsillos se llenan
de arenas movedizas. A veces, en medio de la congoja de la caligrafía,...
Imagen tomada de Miswallpapers.net
ESTE DOLOR, SIN EMBARGO, EN EL CUADERNO
Pero aquí está el dolor —ancho como el destino—
de no haber dicho nunca la palabra veraz;…
HUGO LINDO
Quien inventó el cuaderno, inventó la oscuridad de la tinta,
el sonido de las esquinas, las palabras sigilosas de la lluvia,
esta herida de cristales donde los bolsillos se llenan
de arenas movedizas. A veces, en medio de la congoja de la caligrafía,
suicido calles y ventanas, paraguas que duermen en las aceras,
cometas y tabernas en la persiana de las pupilas.
Debo suponer que la tristeza es un espacio baldío donde hubo
tejados y, ahora, crecen enredaderas de silencio, cuadernos
de pronto castrados, derrotas asumidas por el cansancio, aguas
apagadas de otoño, jardines perdidos en la niebla.
De pronto, este cuaderno se ha vuelto un paredón insostenible:
el resplandor sólo es posible verlo en el torrente del prepucio,
en el tabanco que la paciencia ha construido con migajas.
(El frío ha hecho visible las pulgas;
las moscas pululan alrededor de los horcones, esclava carne
de la sangre. Hay palabras como una tarde de muertos, como un barco
sin relojes en todo el astillero del pegamento.
Me abriga un invierno de traumatismos, dramas que enreda
la bufanda desoída del aliento, papel secante del delirio en la escarcha
de un nido abandonado por el latido.
El sabor de la tinta se hizo para endulzar la tristeza;
hay maniquíes colgados de las paredes de la tristeza: perros
que ladran entre los muebles del entresueño: en la garganta reposan
cansados relojes, caminos que borró el designio.)
Existen dolores más humanos que el frío del tiempo. Lo sé desde
que un blues, calló en mis oídos, desde que las calles murieron
mustias, y fueron consumidas por el miedo.
Lo sé ahora que en las ventanas cuelgan juguetes cansados; cuelgan
largos silencios, muerde el tumor del sigilo, las varices de la tinta,
este dolor, sin embargo, de confetis,
a la usanza del clown colgado de las ramas del eucalipto.
Me dejo callar por el invierno de las paredes, días iguales o diferentes
al sacacorchos que muerde la lengua, al diente áspero del lápiz
que horada la hoja del cuaderno.
(Ya sé que son más ciertas las dudas que las certezas;
una vez el insomnio penetra la carne, emerge herido el talón
del suspiro, la niebla donde se refugian las palabras, las aguas
del destino que buscan su propio cauce: la página del cuaderno,
el barro que las manos convierten en cristales.
Ya sé que, como la piedra, la luz es sombra; el cuaderno, la vasija
que guarda los vestigios; el dolor, el libro más adusto que leo
sobre la mesa con goteras, vitrina del tiempo ante mis ojos.
Lo demás, sigue siendo un páramo de bocas,
la hierba que sostiene la nostalgia en el tafetán del viento de la tarde.)
Barataria, agosto de 2011
http://www.youtube.com/watch?v=dwaat7C451o
ResponderEliminar¡Bello, siempre bello...
Besos, Poeta.
Marina Centeno.
Muchas gracias, poeta, por tu comentario. Aprecio siempre tus visitas.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga