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jueves, 14 de julio de 2011

MANOS SOBRE LOS PLIEGUES DE LA TERNURA


En los mismos días absorbentes, la fuerza de las manos
en la erupción de la ternura: así de sencillos los semblantes
derramados del cielo, el cortejo de lo humano
en cada luna creciente de las bodegas del pecho.
Imagen tomada de Oregon.com




MANOS SOBRE LOS PLIEGUES DE LA TERNURA




En los mismos días absorbentes, la fuerza de las manos
en la erupción de la ternura: así de sencillos los semblantes
derramados del cielo, el cortejo de lo humano
en cada luna creciente de las bodegas del pecho.
Al amparo del viento, hélices del paraguas, conjunción
de altitud palpitante. Suena en medio del silencio la hoja que cae,
suena cada pliegue de latidos,
lo inaudito que resulta la armonía respirada en los muros del espíritu.
(La tormenta de palabras se vuelve insoluble en el poema;
las manos tienen memoria igual que el manuscrito
acuñado en piedra: de cada arteria migran relojes,
el alambique del pálpito en el azúcar.)
Siempre me toca buscar, la armonía entre el páramo:
los días sin destierro, la solfa de la oruga sin puntadas de sal,
sacar los amuletos de la joroba del calendario y perdurar,
si es posible, en mi propia embriaguez. Al final, son mis manos,
mi boca, la propia batalla que libro, los almácigos acostumbrados
a crecer en medio de la breña.
(Debo elevar el aliento hacia el horizonte; ante la limpidez,
el oído ebrio de ríos inasibles; los viejos fuegos del labio,
ardido fluir de lo posible.)

Barataria, julio de 2011

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