Siempre hay riesgos en la rama que contiene aire del follaje:
la carne del ala en la audacia del himeneo; siempre el largo tren
de llaves hacia la alquimia de las pupilas, nítida avidez
de las sirenas alzándose sobre Ulyses. Toco la penumbra conjetural
de las sábanas, los jardines de la levadura profética,...
Imagen de Miren Eukene Lizeaga Tamayo
RIESGOS DE LA LUZ
cruza entonces, a velas desgranadas,
La airosa teoría de la nube.
JOSÉ GOROSTIZA
Siempre hay riesgos en la rama que contiene aire del follaje:
la carne del ala en la audacia del himeneo; siempre el largo tren
de llaves hacia la alquimia de las pupilas, nítida avidez
de las sirenas alzándose sobre Ulyses. Toco la penumbra conjetural
de las sábanas, los jardines de la levadura profética, la embriaguez
de los destellos en las manos. Toco la miel de la bruma
en la canela de la lengua, los trocitos de azúcar en el instante
de la porcelana desangrada. Siempre hay riesgos en el drama
de la ópera, en el ardor húmedo de la luz,
en la mano que hace crecer el ansia,
los días hondos de la cena. Caminamos sobre los peldaños
de nuestras propias claridades oscuras;
llueven cipreses fundidos en los pájaros, himnos de extraviados
almacenes, comensales en las aldabas de la noche.
Toda la vida así, sin haber pactado con la anestesia: expuesta
la respiración a la náusea, a las sastrerías fatídicas de los poros;
hay riesgos en los tapiales y en el propio espejismo, en la bocina
del perro que lame mis pesadillas, en cada conversación abstracta
que sostengo en las aceras. (Por supuesto que hay momentos
más propicios para la crueldad; momentos donde se incuba en óxido
de los barcos y los trenes, la pasión duradera de la cópula
sin invalidar todas las palabras que nos merodean.)
Debo suponer que los riesgos son mayores en el tránsito de los féretros
con epitafios de melancólico aliento, que las habitaciones guardadas
en los bolsillos, la sed en los dedos de la espiga, las caídas oxidadas
de la fe en los cántaros tirados al horizonte. Todo es posible ahora
que se agolpan las básculas y el karma se vende en onzas de éxtasis;
por si acaso, hay que cruzar la gravedad haciendo caso omiso
de las Leyes de Newton. Contra todo pronóstico.
nos difuminamos en el asfalto, en el nido macerado de la lengua,
agudas palabras en la rotación telúrica del sofoco.
En los días de guardar ni qué decir de los caracoles;
la piel transforma fósforos y espuma, hasta bajar al pubis del aullido.
También en cada espejo arrecian verjas y tapiales,
estertores de cíclope en el cráter, largas palmeras de sol;
¿hacia dónde van todos los paréntesis masticados por los ajos,
la sal, las aspas del plano cartesiano, el vértice de las estaciones,
los líquidos alisando las monedas de la rotación?
Cierto es que hay riesgos hasta en la hora que hierven los ombligos,
el ápice circulatorio de la saliva, las moléculas de esperma
de las esquinas, el trasluz del ojo frente al espejeo.
(Sin duda, nadie sale ileso después de caminar desnudo en el hambre;
nadie que yo sepa, renuncia al fuego tangible, por más riesgos
que atesore la vertiente.)
Barataria, junio de 2011
André, es tu poesía tan total, que me enredo en el gris-equilibrio, que conforman la delicadeza y la dureza de la vida.
ResponderEliminarGracias por poner una de mis fotos. Eukene
Gracias por tus palabras, poeta. Un abrazo,
ResponderEliminarAndré Cruchaga