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martes, 5 de abril de 2011

TEJADO OSCURO DEL DESVÁN


En cada piel blanca respire el árbol del aire, la armadura de las tejas,
el desván donde el relámpago inhala retinas y noches
con puñado de aleteos: aquí pienso en el aserrín de los años idos,
el surco donde la brújula cabalga en las cortinas de aquella
ráfaga con zumos despojados de la sazón,...
SALT LAKE CITY, FOTO ANDRÉ CRUCHAGA



TEJADO OSCURO DEL DESVÁN




A bigger man than you he stepped on me
He put me under shoe just to see
What it’d do to me but I always roll out alive…
GEORGIA WARHORSE




En cada piel blanca respire el árbol del aire, la armadura de las tejas,
el desván donde el relámpago inhala retinas y noches
con puñado de aleteos: aquí pienso en el aserrín de los años idos,
el surco donde la brújula cabalga en las cortinas de aquella
ráfaga con zumos despojados de la sazón,
—tempestades de luna llena en combustión, blancas relojerías
en la hoguera, pétalos con élitros,
párpados como el armario de la nieve dentro de la chimenea del ala
que suelta el azúcar del vuelo, el sol de la voz en las manos,
las estrofas de la noche, la sábana del verso debajo de las redondas
vocales de las ventanas:
—en el deseo del tejado, el invierno persiste con su verso de agua,
devora las orquídeas colgadas de las velas, trasfondo del poro
que respira la dentadura como otro ojo en el horcón de la respiración.

La claridad tiene el desafío de armar el puzle de la noche,
vivir es ir quitando la piel de lo inhóspito, quitar la sal de las pupilas,
subir al techo sin puñales,
borrar la escalera ciega de los tafetanes,
coser las enramadas del sexo, quitar de las portadas los rasguños,
humectar el desván con los rescoldos del bálsamo y el eucalipto,
asir el aire rojo, descalzo, de la bengala del pecho.

Al atardecer, casi a la hora del crepúsculo, el resplandor repta
en las vigas de la casa: de noche a día, la ceniza desvanece su propia
oscuridad, el aire crece en el desván,
el fuego afina su terciopelo: blancas campanas de alelíes,
aguas de articulados espejos, el sonido que se vuelve parra de imanes,
palabras al pie del jarrón de los lóbulos,
palabras sumidas en el piélago de esta víspera en construcción
de los metales, diurno arrecife fundido en mis manos,
calles de elevados tejados donde la cuajatinta, dibuja cerrados ojos.

(Después de todo, lo que vive es el paisaje retenido en los ojos:
la luna roja de las colinas,
la levitación del deletreo en el rostro de la antorcha. Cada día nos da
su propio pestañeo, el libro entero del susurro en los labios,
el sacramento revelado en el huso horario del pubis,
quizá el enigma antes que el correo desvele el panal contenido
en el jardín. El día celebra los zapatos de la imagen andada,
el fuego de ríos de los fósforos, el timbal a punto de quemarse
de los párpados: nacemos aquí, en el acertijo de las manos,
mientras el péndulo salta del reloj, mientras la albarda soporta
nuestro propio peso, las dos sombras transidas del espejo.)

Barataria, abril de 2011

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