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viernes, 15 de abril de 2011

SIGNOS DEL PARAISO


Envejezco a la orilla inexorable de los relojes: no hay límites,
después de todo para hacer una rendición cuentas, apretar la comisura
de los labios, destejar las fronteras encima del agua,
amarrar el corazón unilateralmente, hasta que hierva el mea culpa,
el serrucho con bálsamo sobre las heridas del cuerpo y el alma,...
Imagen de Jon Sullivan




SIGNOS DEL PARAISO




The black mirror knows no reflection
It knows not pride or vanity
It cares not about your dreams…
ARCADE FIRE




Envejezco a la orilla inexorable de los relojes: no hay límites,
después de todo para hacer una rendición cuentas, apretar la comisura
de los labios, destejar las fronteras encima del agua,
amarrar el corazón unilateralmente, hasta que hierva el mea culpa,
el serrucho con bálsamo sobre las heridas del cuerpo y el alma,
los alientos caídos sobre el lomo de la oscuridad,
el vaso oscuro del día ofrecido en el sonido lento de una lágrima:
inventé bosque en los sueños del espejo, en más de una ocasión
arranque risas como lo hace un clown en el circo iluminado de trapecios.

Volví siempre de tarde en tarde a la nostalgia:
ungí la lengua con nombres virtuales,
adoré el crepúsculo desde mi habitación oscura, desde el ayuno
de las piedras hasta los moscardones, pasando por lugares donde
apestaba la orina, los días inciertos, las alertas rojas de la baba,
el fuego agitado de las bisagras,
cascos, aguas pútridas como ciertas legumbres en el mercado;
bajé a los infiernos: sonó la trinchera del humo, mordió
el cayo los andenes, rompí mis dedos en el granito del desaliento,
sospeché de los paraguas sobre mis sienes de súbita luz;
armé astilleros lúgubres, purifiqué mis modales
hasta escaldar mis manos.

Mordí la raíz arrepentida de los relojes, abrí el vaivén del péndulo,
el sol afuera atardeciendo en el paraíso: el esqueleto del aire
a mis pies, años de anegado tizne, blanda humedad de las cunetas
donde hundí el índice mayor de mi escapulario.
Al final uno sabe qué fin tiene la tinta en el cuaderno, el costado
herido de los pétalos, el azadón cavando en las pupilas, la piocha
o la barra o la pala en su ansia de duras manos.

Ahora mismo no sé del trépano que barrena las paredes del Paraíso:
el filo que se acomoda en las costillas, a medio rostro la garganta,
bocas de borrosas mapas, en la fogata de la noche.
Y luego, el machete abundante de filo; los énfasis con la piedra
que socava al cuerpo,
ciegas gaviotas en el aire, penumbra rasgada de aguas, —así he vivido
entre cirios, el camino al santuario, los días sueltos de las esclusas,
este borbotón de légamo en el poema.

Así he andado los tejados de la lluvia: los aleros con espuelas,
La uña clavada en el cierzo, la sombra acostumbrada a la tierra.
No conozco otro espejo de sueños, sino éste pantano de posdatas,
A punto de acentuar la pizarra de los grises,
Y los trenes absortos que traga la espuma…

Barataria, abril de 2011

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