Yo digo que el silencio es la mayor impunidad, el riesgo que corren
las palabras, de ser sólo eso: palabras sin aliento en un mundo
de deseos, voces sin oídos, fosas cuya voracidad nos mata a mansalva,
tampoco los dientes ayudan mucho, a menudo, para el tamaño
de los sueños, para el ojo que lee las heridas,...
LLAVES DE LA LEJANÍA
el aliento es el silencio del viento…
PERE BESSÓ
Yo digo que el silencio es la mayor impunidad, el riesgo que corren
las palabras, de ser sólo eso: palabras sin aliento en un mundo
de deseos, voces sin oídos, fosas cuya voracidad nos mata a mansalva,
tampoco los dientes ayudan mucho, a menudo, para el tamaño
de los sueños, para el ojo que lee las heridas,
ángeles o demonios de rodillas, albas oscuras de la fatiga:
nada está próximo pese a la válvula de escape del traspatio,
años y años, la sombra mordiendo el ceño,
la roca pulida por el picapedrero de la paciencia, la pizarra del aire
con su aliento transido,
la oscuridad que de pronto aviva la ceniza de los sentidos;
temo que no existan tales llaves en la lejanía: si acaso, semanas
completas de falsa sabiduría, silencios, noches, flaquezas,
repertorios para el rezo,
cabuyas en olvidados ceniceros, caites de fiera tortura,
horas de asedio susurrando en los bolsillos de la Esperanza. Lo demás,
quizá sea falacia: sustancias para fabricar el ungüento, calles
vencidas de tanta sal, balcones ciegos,
lupanares donde bebemos nuestra propia orfandad, puertas
donde ahora mismo son inmensos túneles, insoportables noches
de gargantas, panales, telarañas de turbios tejidos:
(uno siempre sueña con ciertas lejanías, —con las sucias ventanas
del hoy, fundamos el estertor de mañana,
pero nos persigue, de momento, la polilla, el vinagre roto del reloj,
esa seducción de las paredes, el cautiverio y no el cauterio,
el musgo de los muebles a la intemperie, el silencio malogrado
al servicio de los recuerdos, —a veces rostros envueltos en el barniz
de los almanaques, no el libro transparente del pecho.
De pronto perdemos la eficacia del incienso y la sonrisa, cortamos
la pureza de los ojos y nos metemos al imperio del sudor innecesario.
—Hacemos de la escoria un padrenuestro, quitamos la luz
del párpado e invocamos las agujas, el almendro retorcido
de la sombra, la porfía como una mano acusadora y acudimos
al viejo truco del barbasco para atrapar peces.
Al final, no sé de qué claridades fueron hechas las llaves,
cada nido de ataúdes para las sombras, cada cielo de azúcar,
cada compañía que marchitó en las esquinas, cada caballo que masticó
la brida, cada toro que saltó el enjambre,
cada silencio que bien pudo haber sido sencillo.)
Cada acontecimiento se va haciendo polvillo en el asfalto: cada hoja
que cae, sedienta hamaca en el aire. Al final, la claridad es sólo
un espejismo, miseria desatada de la mente…
Barataria, 26.III.2011
El silencio aveces es también el peor dolor de las cosas... me encanta como escribes.. es aprender a ser poeta... abrazos mil para ti poeta de los silencios...
ResponderEliminarLedeska
Gracias, poeta, por tu comentario. Los silencios, a menudo son monumentos de piedra y no algodones que enternecen la conciencia.
ResponderEliminarde tanto andar, nos quedamos como las paredes.
Un abrazo,
ANDRÉ CRUCHAGA