Sobre la hoja del cuaderno, el invierno de los pinos ardiendo
en mis paredes. De pronto el largo viaje del alfabeto,
caminos, follajes, eternidad de pájaros: el ansia reptando sobre
el firmamento, el destino subiendo las escaleras de la memoria.
LA POESÍA
A Pilar Iglesias de la Torre
Arranco de raíz la mata,
Llena aún del rocío de la aurora.
JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
Sobre la hoja del cuaderno, el invierno de los pinos ardiendo
en mis paredes. De pronto el largo viaje del alfabeto,
caminos, follajes, eternidad de pájaros: el ansia reptando sobre
el firmamento, el destino subiendo las escaleras de la memoria.
Entre el crujido de las lámparas, el vuelo de las ventanas,
visiones de quemados rostros,
las puertas alejándose de las sombras,
un reflejo de huesos sobre la piel, los fantasmas como vocales
de abismo, la desnudez de la hoguera en los dientes:
yo con los andrajos al límite, el reloj envuelto en la hojarasca
premonitoria de los días, los espejos que perdí en el abismo,
las fisuras que aún guardo
de desmedido universo.
La lengua de los zapatos junto a la sábana derretida de la sal,
el aliento fermentado de muslos.
Debo caminar sobre las aguas todos los días para respirar las palabras
del oleaje, el ojo sin paracaídas hasta atrapar la lluvia
y su peineta líquida.
Nunca ha sido fácil la neutralidad y enmudecer por cobardía:
(vos siempre has sido difícil, cazadora taciturna de mis noches;
poesía de vértigo en el trompo de las nubes,
a veces ráfaga en las ascuas del sexo; otras veces, olvido,
pócima para lacerar las vísceras, ataúd para las soledades del País,
agujero en desbanda sobre mis puños.
Vos siempre así, como un muñón de mariposas, guarida para
el desenfreno del abecedario, ese que en la escuela se aprende
a beber como un purgante: vos siempre me agarrás los poros
a quemarropa, sudario bostezando bolsillos,
manubrio de mis gritos desaforados: contigo lamo los pezones
del cierzo, me adentro al ombligo del tabanco,
a la piel ceremoniosa del arco iris. Vos, a menudo blanca como la cal
en las paredes patrimoniales, como el párpado rojo de los jardines,
o como el brasero agrio de la saliva, como el sonido vertiginoso
del orgasmo en la piedra de moler del mendrugo.)
hay días de fiero combate: persigo nombres y abrazos y pan;
desvarío en el cuerpo, en la alucinación de las mareas,
en esta multiplicada muerte de la trementina, en este muro
de mi eterna oquedad. La niebla hunde los sueños en las pesadillas,
aún así, creo todavía en la clarividencia y no necesito anestesia
para quemar los sombreros en mi propio sahumerio.
La poesía es así: con el sueño zurcimos cualquier pesadilla,
Y sembramos girasoles en los pájaros…
Barataria, 09.III.2011
Una gozada como siempre, André, bucear por esos mundos y submundos tan tuyos, y más en este caso, en el que dedicas el poema a una persona muy querida para mí.
ResponderEliminarBesos (a los dos)
Marian
Gracias Marián, por tu visita, comentario y amistad: la poesía es, ciertamente, ese bucear continuo en las aguas de la conciencia y hermanar la palabra, contigo, con Pilar, con todos los que soñamos, porque en el mundo cada vez, se va destiñendo el arco iris o, seguramente, toma otros colores.
ResponderEliminarUn gran abrazo,
André Cruchaga
Sin duda un Poeta que traspasa todo lo imaginable... ya conozco los pájaros, los zapatos, los silencios, los tejados y todo de tus poemas... aveces me siento diminuta ante tanta hermosura de palabras..
ResponderEliminarLedeska
Lo sé, eres de una tierra con olor a pájaros, a tierra mojada, y tejados de altis vuelos. Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarTe abraza,
André Cruchaga