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martes, 25 de enero de 2011

NADIE EXISTE EN LA LUZ, SÓLO LA OSCURIDAD


Nadie existe en la luz, sólo la oscuridad asoma en el tizón de las pupilas.
He sido rostro en la noche, estrella en el agua: fugaz meteoro todo
llega a las manos: todo el invierno nacido de los ojos,
la boca, los utensilios del respiro, los pasos, la eterna conciencia
arrasada, engendrada en los guishtes de las sombras.
Fotografía: Jon Sullivan



NADIE EXISTE EN LA LUZ, SÓLO LA OSCURIDAD




Nadie existe en la luz, sólo la oscuridad asoma en el tizón de las pupilas.
He sido rostro en la noche, estrella en el agua: fugaz meteoro todo
llega a las manos: todo el invierno nacido de los ojos,
la boca, los utensilios del respiro, los pasos, la eterna conciencia
arrasada, engendrada en los guishtes de las sombras.
Hay días enteros de furia y ceños fruncidos: el harapo de la sombra
cubre los poros, el cuerpo, la boca, las manos;
las cicatrices palpitan en el alfabeto de la oscuridad; alrededor
de la puerta nos asfixian los días sin párpados: palpita la piedra
de la noche en los dientes, el coro de los taladros, la voluntad
de las estatuas, la claridad apagada de los girasoles en las verjas.
Muerdo la toalla de las telarañas cada vez que las persianas
no transpiran ventanas, cada vez que el espejo es elogio de la noche;
en cada candil de nubes, deben los insectos sus propios desechos,
el polvo de los armarios nos ahoga,
el falso gregarismo de los pétalos, la oscuridad profética
de los caballos: arrecia la oscuridad sus manos de escombros;
al pie de los rieles de las luciérnagas, la memoria socavada del tiempo,
con sus nudos de pañuelos, —espaldares de sillas con murciélagos,
limones de oscura acidez,
tabancos mayores que el desacierto,
aleros donde el hollín sigue siendo el mayor interlocutor del alfabeto.
No existe la luz, pues, en los sombreros del oscurantismo,
ni en la camisa del pulso manchada con aceites de rancias
mecedoras, ni en el tragaluz cargado de hormigas,
ni en el viento que derribó las llaves de los balcones: sólo es cierta
esta gota de metileno en los ojos, la grieta profunda del paisaje,
las gentes sin cuaderno buscando el horizonte.
Hay noches donde los olores se disfrazan de transparencia;
hay días donde la transparencia, conviene disfrazarse de realidad:
entre el desvelo y el instinto, nos salvan las dulzainas;
el pozo publicitario en las paredes, nos sirve de rocío, de juego
subterráneo o de simple pizarra
para beber los brebajes de la sal.
De seguro, jamás alcanzaremos la luz, mientras exista la crayola
oscura en las paredes del alma, en el guacal de las nubes,
donde lavamos los ojos, en la garganta con líquidas laringes,
en el comedor con tímidas tortillas, en la servilleta con manchas oscuras.
Cierto es que se acabaron los días domingos en las ventanas:
ahora cada uno finge su propia felicidad, el aullido doméstico
trasladado a las aceras, los durmientes mojados de impotencia,
la liquidez del sueño respirando aire puro.
Sólo nos es dada la claridad en analgésicos: lo demás, es la sombra
dilatada de las monturas, el ordeño del hollín…

Barataria, 21.I.2011

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