Pero cuánto duraremos sin que dejen de ser sólo piezas de ajedrez
Tantas palabras dichas, susurros e inanimados taburetes.
¿Quién purifica tanta noche en vigilia, y candiles de abollada tristeza,
Anacrónicas arañas en el baúl del pecho?
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HABITACIÓN DE LA PROMESA
Oigo sirenas de ambulancias, huelo ajo y orín, pruebo nísperos y lenguado,
camino descalzo por el piso del loft, algo insensibilizadas las plantas de los pies
Suerte que puedo pensar y que el cielo puede nevar
ALLEN GINSBERG
Este espacio me hace ver inminentes recuerdos: lo salido del labio;
Pero cuánto duraremos sin que dejen de ser sólo piezas de ajedrez
Tantas palabras dichas, susurros e inanimados taburetes.
¿Quién purifica tanta noche en vigilia, y candiles de abollada tristeza,
Anacrónicas arañas en el baúl del pecho?
¿Con qué túnica cubrimos nuestros huesos, —nosotros que nos
Empecinamos en la duda, en el pájaro sin tibieza de nido,
Como yermos guardados en los puños?
Pactamos amaneceres inciertos y nos cambió la vida, nos ensanchamos
En frío cotidiano en dos mundos donde no sucede el aire.
Nada nos ala ante tanta demora. Crece la sed cansada.
Crece el matorral en la avidez de la salmuera. El plato solitario
Del arcoíris, la tarde con sus vegetales grises.
A menudo el tiempo dicta otras curvaturas: anchas hojas de oscuridad
Y moho, alcobas de rancio hollín.
Al final, nos muerde el azar del granito en tiestos de saliva.
Entre noche y día se nos va terminando la lucidez, la mirada;
Y se posesiona de nosotros, no sólo el grito, sino el abandono.
Y es que nadie permanece vivo, después de tanta espera: toda promesa
Es un albur de súbita imperfección.
Las promesas resultan ser al final, una suerte de desequilibrio:
Morimos pensando en lo que dijimos; pero eso al final no importa.
Vivimos con la puerta abierta llenándola de sueños.
Caminamos. Y en vez de vivir, nos desvivimos en el filo de los días.
En medio de la luz, nos derriban las sombras, —las palabras de ayer,
Las pronunciadas, que ahora se alejan sin pena ni gloria.
Así la bóveda del País deshaciéndose junto al aliento arrojado por el labio,
—Jamás la boca fue otra cosa que líquido durmiente.
Una habitación también es olvido: —Los ijares se engangrenan;
Mientras la espera, con su densidad de musgo, nos ata hasta descender
Al ahogo. Hasta podrir los dientes y los zapatos.
Una habitación también es delirio: —la fiebre agrieta los labios.
Una promesa es sólo eso: —pero, como hongo, crece en la mente.
Una promesa es brazo abierto, aunque siempre esté cerrado.
Una promesa abre las puertas y las manos, aunque nunca entendamos
Su oscuridad. Aunque nunca nos de sueño sosegado.
Una habitación, un sueño, —la mente se nos va en los ojos
Sin pasos firmes. Luego, miramos sin mirar, la espina en el sudor,
Y los pasos en el pantano, hasta el límite, sin preguntarle al espejo,
La noche que nos cae a carcajadas…
Barataria, 17.XI.2010
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