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lunes, 22 de noviembre de 2010

EL FUEGO BAJO LOS PÁRPADOS

El fuego bajo los párpados es la lámpara del vigía. Cuando los techos
Acumulan tierra húmeda, hay necesidad de fecundar las palabras.
De todas formas, la respiración es un plato de comida desahuciada
Por la sangre hecha añicos en el cerebro.
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EL FUEGO BAJO LOS PÁRPADOS




la vida se agita
y arde la ciudad
y el cielo se diluye en agua,
y tu pluma punza el corazón de la vida.
ANTONIN ARTAUD




El fuego bajo los párpados es la lámpara del vigía. Cuando los techos
Acumulan tierra húmeda, hay necesidad de fecundar las palabras.
De todas formas, la respiración es un plato de comida desahuciada
Por la sangre hecha añicos en el cerebro.
Del ombligo de ella cuelgan relojes de peces: peces coagulados,
Peces como gelatina derramada en los encajes,
En cuyas líneas se hacen añicos los poros de las guitarras.
La flama del fuego se hace nudo en los párpados.
(A menudo en el vientre, sostienes, todo el chorro de espejos que baja
Del cielo. Tu montaña atraviesa toda la leche contenida en el ocote,
En los cuatro costados del fuego blanco del sexo.
El tiempo roe las trompetas de las reses. Nace la neblina salobre
En los cuadernos de los pezones: en tus pezones decididos
A las furias. A veces nos distrae el picoteo de la herida,
La incertidumbre del campanario,
Los faros mojados de la tristeza, la condición de mortales sin excusas.
Creo que debemos andar sobre nuevas sábanas. Las que nos cubrieron
En principio, son ahora cenizas,
O desalentado rescoldo de tantos recuerdos malogrados.
—Nuestra cura es peor que los días olvidados en las heces.
Los párpados ya son camisa de fuerza para las llaves del albedrío.
Desde lo inexorable nos muerde la piedra del sueño, las calles
Huesudas del sonido, el puño escupido en la saliva, el hedor
De los repollos, el smog del primer hervor de las vísceras,
Los días que vivimos sin banderas, —anónimas identidades en medio
Del fuego secular de tanta boca.
Nadie nos abrigó en la desdicha: tuvimos por compañía el zumbido
Del hacha, la deshora cundida de esqueletos.)
¿Con qué armadura detenemos el fogonazo que nos parte en dos
Mitades; la tijera que nos sucede; la oscuridad que nos apunta
Con sus desenfrenados cuervos? —Más allá del fuego en los párpados,
La espina seca de la soledad arrecia, asume la muerte sin descanso,
Oficia de centinela en los violines del frío.
Más allá del caos de la escoria en los párpados, cuarenta noches
Son pocas para revertir el sueño, para darle trenes al calendario,
Para empujar los sombreros del reloj.
Más allá de los ovarios eminentes de la paciencia, el tiempo nos cuesta
Rascacielos de luciérnagas, y hasta la propia vida
Que de pronto padece de cataratas…

Barataria, 21.XI.2010

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