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lunes, 27 de septiembre de 2010

DESDE LA CENIZA, NOSOTROS YA SIN ANTORCHAS

Desde la ceniza, nosotros ya sin antorchas. —íngrimos mortales
Del susurro sobre la piedra visceral del sustento.
Efímeros sustentos de la llama, alas recortadas por el polvo de la calle
Que nos mira la cara y nos barra de tierra aterradora.
Imágenes en blanco y negro








DESDE LA CENIZA, NOSOTROS YA SIN ANTORCHAS







¿Por qué cuanto ha nacido languidece?
¿Por qué temor y sueño, vida y muerte
ensombrecen el mundo de este modo?
PERCY B. SHELLEY






Desde la ceniza, nosotros ya sin antorchas. —íngrimos mortales
Del susurro sobre la piedra visceral del sustento.
Efímeros sustentos de la llama, alas recortadas por el polvo de la calle
Que nos mira la cara y nos barra de tierra aterradora.
Pronto sabemos que la luz es instantánea. Pronto somos araña
Marginal del moho; respiramos la fugacidad como lo hace la sombra
Del reloj en los estantes del sueño y el ardor,
El salmo de la espuma,
Los pañuelos blancos de la pureza,
Los silogismos de la sed respirados por la historia.
Desde la ceniza nos come el hongo de la oscuridad. Los sótanos ciegos
De la ropa, los perdigones de relojes corrosivos, la crisis organizada
De nuestros días con sus vigas de miedo e incertidumbre.
Desde la azotea del insomnio, la boca nos convoca a masticar el pulso,
El ave de los zapatos,
La mueca de amor que nos atisba con colores de dudosa procedencia.
—¿De qué nos sirven las antorchas, cuando el tizne es más profundo
En el tiesto de la cama,
Cuando hierve el fémur de las palabras? —No siempre nos reencontramos
En la conciencia, en el tapial del dique,
En la mordida de los horarios, en los niños que garabatean el arcoíris,
En la lluvia después de la luz de las parábolas.
Nuestro altar ha sido repetidamente quemado. En el ruido se perdió
Cada nombre de las cosas, —los nombres nuestros, la ingenuidad del izote
Y el maquilishuat, la luz de nuestras sienes. La música alada
De la desnudez. La ilusión del pan en el juego doméstico de las frutas.
—Vos y yo, hemos andado como aguas errátiles, alabastros inasibles
En esta herrumbre de la sal,
En esta carcoma del frío y el calendario.
Nuestro oficio de vivir tiene los días contados en la dureza
De los balcones, en la pared donde hay millones de bocas sin saciarse
En las aguas del espejo.
De hecho, todavía seguimos el nómada camino del diluvio
Y no encontramos, el aliento nuevo que nos quite esta miseria del alma.
La vida nos convoca a cierto nomadismo aleatorio.
Hay esferas donde es entrañable el tiempo o el vitral incesante
Del ala con todos sus augurios.
Así, pues, pagamos el precio con la piel, con la risa o la mueca.
Así pues, mordemos los papeles con salmuera. Los que fuimos,
Ahora estamos sin la antorcha que nos desvele las pupilas
Y los sueños. El continuo sonido del tránsito.
Barataria, 26.IX.2010

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