He andado buscando los molinos de viento en mi propio espejo,
Los del diluvio o los que ven los ojos o los que están
En la conciencia menguante del tejado.
Las aspas del destino sacuden aleros y zapatos:
He transitado por aguas y almácigos, entre rostros y alientos
Supurantes como el primer amor en los fragmentos de la noche.
Los del diluvio o los que ven los ojos o los que están
En la conciencia menguante del tejado.
Las aspas del destino sacuden aleros y zapatos:
He transitado por aguas y almácigos, entre rostros y alientos
Supurantes como el primer amor en los fragmentos de la noche.
Ilustración tomada de la red
MOLINOS DE VIENTO
Para María Alexandra Loyola Moya,
Artífice también de mi poesía.
No ha dictado mis versos la memoria,
sino el olvido.
JOSÉ MÁS
He andado buscando los molinos de viento en mi propio espejo,
Los del diluvio o los que ven los ojos o los que están
En la conciencia menguante del tejado.
Las aspas del destino sacuden aleros y zapatos:
He transitado por aguas y almácigos, entre rostros y alientos
Supurantes como el primer amor en los fragmentos de la noche.
Vivo en el portal del viento de los atardeceres.
Me conmueve cada hipo de hambre de las funerarias.
Los mismos pájaros sigilosos de la noche, el paraguas perezoso
De los grises, el grito del viento en un cuaderno de alambradas.
Un día, lo sé, ya no serán luto los domingos,
Sino memoria para los postreros días.
—Sí. Esa memoria que nos vuelve al capullo o a la cárcava.
A la región más extensa del agua:
Ahí donde el ojo corre sin engrudos.
Vamos y venimos silbando en el túnel de la Esperanza.
La memoria duele cuando empieza a deletrear los trenes,
Cuando el silencio copia la monotonía de las vasijas.
Habrá un solo día que deshaga todo lo andado: pensamientos,
Culpas, ojos, manos ventanas y bolsillos.
Uno vuelve a cada rato a lo que ha existido siempre, aunque
En la emoción sólo haya sombras sigilosas.
En cada escritura quedan trozos de lo humano: el tiempo
Que siempre está aquí en el labio de la raíz, en el punzón invisible
De los pájaros cuando bordan el paisaje.
En lo oscuro de la noche, me cuelgo del gris de los trenes,
De ese luto que acompaña a los paraguas negros,
De esa piel sedienta de los recuerdos.
Recordamos el pañuelo y el misal de la utopía prohibida:
Los años lentos del silencio que no tienen caducidad,
El cansancio del pecho como aguas retenidas.
A veces quisiera que todo el paisaje se quedara sólo en mis zapatos.
Que esta memoria no fuera un diluvio a quemarropa.
Que la oscuridad sólo fuera el tránsito hacia la luz,
Como aquel retrato de todos los días colgado de la puerta.
La memoria gira como un fuego irreal en la almohada.
Nos embriagamos con ella olvidando la edad de los pergaminos.
Cuando regreso el frío se apodera de las sábanas.
El juego de las libélulas como una campana vítrea: entonces
La memoria sale a recorrer todo el jabón de la razón,
La escama que resguarda el mimbre,
El milagro orgásmico que el vuelo transparenta y se torna visible
En la vida de las ventanas.
La memoria, a menudo, sólo es ese trance del aliento donde
Campea la inclemencia de los recuerdos…
Barataria, 28.VIII.2010
MOLINOS DE VIENTO
Para María Alexandra Loyola Moya,
Artífice también de mi poesía.
No ha dictado mis versos la memoria,
sino el olvido.
JOSÉ MÁS
He andado buscando los molinos de viento en mi propio espejo,
Los del diluvio o los que ven los ojos o los que están
En la conciencia menguante del tejado.
Las aspas del destino sacuden aleros y zapatos:
He transitado por aguas y almácigos, entre rostros y alientos
Supurantes como el primer amor en los fragmentos de la noche.
Vivo en el portal del viento de los atardeceres.
Me conmueve cada hipo de hambre de las funerarias.
Los mismos pájaros sigilosos de la noche, el paraguas perezoso
De los grises, el grito del viento en un cuaderno de alambradas.
Un día, lo sé, ya no serán luto los domingos,
Sino memoria para los postreros días.
—Sí. Esa memoria que nos vuelve al capullo o a la cárcava.
A la región más extensa del agua:
Ahí donde el ojo corre sin engrudos.
Vamos y venimos silbando en el túnel de la Esperanza.
La memoria duele cuando empieza a deletrear los trenes,
Cuando el silencio copia la monotonía de las vasijas.
Habrá un solo día que deshaga todo lo andado: pensamientos,
Culpas, ojos, manos ventanas y bolsillos.
Uno vuelve a cada rato a lo que ha existido siempre, aunque
En la emoción sólo haya sombras sigilosas.
En cada escritura quedan trozos de lo humano: el tiempo
Que siempre está aquí en el labio de la raíz, en el punzón invisible
De los pájaros cuando bordan el paisaje.
En lo oscuro de la noche, me cuelgo del gris de los trenes,
De ese luto que acompaña a los paraguas negros,
De esa piel sedienta de los recuerdos.
Recordamos el pañuelo y el misal de la utopía prohibida:
Los años lentos del silencio que no tienen caducidad,
El cansancio del pecho como aguas retenidas.
A veces quisiera que todo el paisaje se quedara sólo en mis zapatos.
Que esta memoria no fuera un diluvio a quemarropa.
Que la oscuridad sólo fuera el tránsito hacia la luz,
Como aquel retrato de todos los días colgado de la puerta.
La memoria gira como un fuego irreal en la almohada.
Nos embriagamos con ella olvidando la edad de los pergaminos.
Cuando regreso el frío se apodera de las sábanas.
El juego de las libélulas como una campana vítrea: entonces
La memoria sale a recorrer todo el jabón de la razón,
La escama que resguarda el mimbre,
El milagro orgásmico que el vuelo transparenta y se torna visible
En la vida de las ventanas.
La memoria, a menudo, sólo es ese trance del aliento donde
Campea la inclemencia de los recuerdos…
Barataria, 28.VIII.2010
Cuánta razón tiene el viento
ResponderEliminarcuando alborota el cabello
y le hace nudo... cuánta importancia el polvo que se levanta empedernido...
y cuánta razón tengo para quedarme quieta ante este embate.
Salud.
Pues no deberías quedarte quieta, sino ensimismada, junto a la hostia de los azahares o la vena rota que siega nuestros pálpitos.
ResponderEliminarUn abrazo,
André Cruchaga
Quieta o ensimismada sería la mismo -André- con los brazos caídos y sin respuesta, porque el pálpito es un támbor para los dioses, esos que nos persiguen cuando cruzamos la línea divisoria de tu verso a mis ojos, de tu luna a mi ola....
ResponderEliminarSaludos dominicales.
Marina centeno
Nos recorre el ciempiés del hambre, ese destino del cuerpo vivo sobre el viento; el pálpito es la imagen mayor del cuerpo saliendo o entrando al memorioso espejo del bosque. Molinos, acaso,
ResponderEliminarque nos avientan incendiados a la impunidad de la noche con su suelo de ceniza.
Igual, te mando un abrazo de domingo.
André Cruchaga
Y es en domingo cuando se recorre los sembradíos de la Fé. Esa que se espeja en las cornisas cuando cae la lluvia, o en la marejada de diciembre cubriendo los playones...es en domingo cuando junto mis manos y hago hilo de oraciones...es en domingo cuando doblo los libros y marco las páginas con mi sed...es en domingo -André- cuando llega la calma a remar en mis aguas, mientra la vida pasa en la ventana...
ResponderEliminarSalud, amigo.