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miércoles, 4 de agosto de 2010

CONDICIÓN PERSONAL

Oscuro de andar; claro de pensar. Alba y noche en el sudor.
Marchito en el camino; absurdo en las aceras. Sin germinar el fruto
Del árbol; con cicatrices en los dos ojos y en el alma.
Infancia incurable; sueños sin amanecer. De vez en cuando
La respiración, la bodega de los labios sin vagones y sin luz.
Ilustración tomada de la red









CONDICIÓN PERSONAL








Y es muy frecuente
que el moribundo hable de viajes largos,
de viajes por transparentes mares azules, por
archipiélagos remotos,…
DÁMASO ALONSO









Oscuro de andar; claro de pensar. Alba y noche en el sudor.
Marchito en el camino; absurdo en las aceras. Sin germinar el fruto
Del árbol; con cicatrices en los dos ojos y en el alma.
Infancia incurable; sueños sin amanecer. De vez en cuando
La respiración, la bodega de los labios sin vagones y sin luz.
Los ojos dilatados al borde los puentes; el perro guardián irritando
Mis zapatos, el atajo sin luz ni trementina.
En el buey de mis espaldas, el crepúsculo amarillo; la sombra rabiosa
De los nichos, la piedra estampada en el badajo del calendario.
La mirada fiel a la noche; el pergamino blanco de la espuma roto.
Atado en mis párpados no veo otros rostros; los dientes del amor
Cambian de piel, de mundo, de manos.
Flamea la ceniza en el filo del sueño; la bruma ensaliva mi voz.
Escruto al bolsillo que siempre anda conmigo; muerdo los dibujos
Del aire, la luna que retuerce mi figura hasta sangrar.
En el mismo plano está el pez de la noche y del día.
Mar ciego el jabón sobre la piel; crepita por doquier la paila del ansia,
La desnudez colgada del desuello, el ardor penitente de las rodillas.
Bebo el índigo oscuro de las persianas; lamo la isla del ombligo.
Crezco en la levadura del tejado; arrastro el musgo del brebaje hasta
Colocarlo en la sombrilla de los ijares.
Mi barba es una pared pintada por los años: una pared donde descansa
El aire. Un ciprés donde juega el viento.
Rompo, a menudo, la espuma trasnochada de afeitar; y callo tras
La blancura de los botones, tras la anticipación de los ojales.
Río. No, no río en medio del incienso residual de las habitaciones.
Permanezco arrojado en la tuerca de los tornillos, sitiado por la grasa
De animal moribundo. Rasguño la temperatura de las aldabas.
Los juegos de aquí me sitúan a la deriva. Únicamente el enemigo
Es cierto. No el alma disidente. No el despertar justo a la hora
De la muerte. No aquel pubis que destila en la memoria polen y abejas.
No el circo en los rieles de la saliva. O la campana a la medida del polvo.
Busco, por lo demás, el adviento de las puertas o, al menos,
Un periódico que me haga sollozar con su letra de estío.
—¿Por qué, digo, esta fidelidad a la herrumbre? ¿Por qué el tul
Agrietado de las raíces? ¿Por qué los relojes debajo de la tierra?
La vida es un sudario de donde cuelga el aliento sin zapatos.
Nacer a la medida del despojo; cantar en el pelaje del escombro…
Barataria, 03.VIII.2010

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