Siempre abro esa calle de fermentos, —Ardua espesura de la memoria,
En cuya mueca la brisa mueve su ropa,
Pone los trapos al sol y, hasta quizá, limpia el dintel de la goteras.
Ahora lo sé cuando la tarde me sirve para caminar
A través del pabilo de la ilusión.
En cuya mueca la brisa mueve su ropa,
Pone los trapos al sol y, hasta quizá, limpia el dintel de la goteras.
Ahora lo sé cuando la tarde me sirve para caminar
A través del pabilo de la ilusión.
Ilustración: Imágenes gratuitas
ABRO UNA BRECHA EN EL JARDÍN
Fuera de eso, el aire es áspero y azul
(y malo para el asma).
ANTONIO CISNEROS
ANTONIO CISNEROS
Siempre abro esa calle de fermentos, —Ardua espesura de la memoria,
En cuya mueca la brisa mueve su ropa,
Pone los trapos al sol y, hasta quizá, limpia el dintel de la goteras.
Ahora lo sé cuando la tarde me sirve para caminar
A través del pabilo de la ilusión.
Ahora lo sé cuando la memoria se reconcilia con el presente:
Tantos años como espuma u hoguera,
Vértigos, soledades, el fluir de la conciencia.
El jardín rebelde del horizonte siempre se abre a los pies.
Siempre las aguas llevan al sitio de los recuerdos.
Colgada de los ciegos, la risa brota paraguas de terciopelo.
Al caminar por los jardines, se desvanece la ceniza de los dedos.
La lluvia se vuelve música lenta de relojes; los trenes,
Un surco sobre los pétalos,
Una linterna para viajar sin sábanas entre la canela tosca
De los eucaliptos.
En mis días me llevo el sol a los andenes, a la cocina de las campanas,
A la hoguera del pinar donde la trementina,
Bebe de ese alambique de las mariposas.
De pronto, ciertamente, uno se arropa con ciertas melancolías:
La memoria nunca deja de ser un pozo de escopetas,
Una bandera eléctrica clavada en el horizonte.
Las escaleras del polen, siempre son voz insepulta, fondos
Que las manos han dejado en la tierra.
Me vuelvo a mirar el ala del aliento: —un minuto de asombro
Es suficiente es suficiente para calcular el diámetro de los meteoros.
Amo esta tierra “como un corazón vegetal”.
Amo cada día terrestre, sin turbantes: el harapo, la paja, las hormigas.
La danza ahogada de Ulyses, el nido de Cristo con caballos
Blancos, el arroyo con caracoles inconfesables,
Las botas de soldado para mis faenas,
La ventana donde veo el eco de los siete días de la semana,
El náufrago que siempre fui ordeñando vacas flacas.
Al fin, así es la vida con todos los trenes del invierno.
La azúcar depilada de las palabras, las imágenes de las catedrales
Omnipresentes, los brazos rojos de las sortijas,
La ardilla de los dientes mojada de tiempo.
Abro una fecha a ese jardín de los colchones. Al color del suspiro.
A los ventiladores de las hojas,
Al ojo entretenido con el hambre, al tintero sangrando
De la respiración. Abro las siete mareas de la brea
Luego el acordeón del jardín, se ha vuelto pecera donde las manos
Hurgan las constelaciones del arco iris.
Barataria, 30.VIII.2010
Es en esa apertura donde transita la lucidez -André- donde caben todos los miedos y las esperanzas -si las hay-. Ahí donde nada temen los ojos ni las voces. Ahí donde beben los rezos sus esperanzas... ahí donde florece el verso y se hace luz.
ResponderEliminarSalud, Poeta.
Pues, sí, Marina, es el respiro de uno que se abre al confín para sacudirse los "maleficios". Por suerte nos acompaña la poesía en este periplo.
ResponderEliminarAbrazos,
André Cruchaga