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sábado, 19 de junio de 2010

CON LOS OJOS CERRADOS

Para encontrarme he caminado largos años con los ojos cerrados.
Atada la mirada a lo que el ojo quiere ver atrás del umbral del calendario:
El pequeño Universo de la claridad, la intuición convocada
Que anuncia las semillas, de pronto el latido del pétalo en el corpiño,
La poca claridad recuperada que nos queda.
Ilustración: Imágenes gratuitas








CON LOS OJOS CERRADOS







La mirada es una danza con los pies atados.
Sólo se avanza en la inmovilidad.
MARÍA ANTONIA ORTEGA







Para encontrarme he caminado largos años con los ojos cerrados.
Atada la mirada a lo que el ojo quiere ver atrás del umbral del calendario:
El pequeño Universo de la claridad, la intuición convocada
Que anuncia las semillas, de pronto el latido del pétalo en el corpiño,
La poca claridad recuperada que nos queda.
—Cuesta entender el cierzo, aunque esté cercano: el transeúnte toca
El mundo al ras del suelo, desgarra sus entrañas; pero nunca ve
El pájaro ausculto en la ventana, el candor del cielo
Con su pócima de luciérnagas.
En el altar de los inocentes, no cabe la plumería de los necios. El aliento
Hosco del mercado con verduras putrefactas.
De súbito se nubla la emoción frente al cuentagotas de lo insano.
De pronto he dormido un sueño de dádiva y fatiga: pese a ello, todavía
Me sobreviven las palabras, y las manos para repartir libélulas.
—Ahora debo cerrar los ojos para ganar la claridad, debo dibujar jardines,
Indagar en el sueño o en la vigilia que hacen los trenes anegados de horas.
Ciego puedo ver la Esperanza inexplicable: —ciega también el alma,
Es decir, transparente a lo esencial del ojo que mira, al poder del aire
Y al eco del asombro inefable…
Apagado el ojo se impregna de todos los silencios del mundo:
La tersura de los pies dormidos en el césped, el aire espumante
Y hendido de la sal, la gota de polvo coagulada en las mejillas.
Sólo es posible el paisaje ceñido a los zapatos. La luz encallada
En el cigarro de las palabras. El aliento inocente de la noche en una nota
Musical, o quizá hasta la ceniza deslizándose a través de la garganta.
Hay tanto que caminar que el ala se aquieta
Sobre el sol presentido de las horas.
Tanto que, para avanzar, es necesario detenerse en el camino.
Velar la propia oscuridad nocturna. Morder la colilla del cielo.
Tirar sobre el aliento toda posible inocencia. Medir el gemido de los pasos.
O, simplemente, conmovernos ante lo opaco, —y entonces, entrar
A la soledad de los refugios, al mismo fuego de la ventana desnuda.
De pronto es difícil caminar sin la compañía de bastón o ángeles.
Avanzo en la medida que la noche me reclama ojos.
El miedo arde con su flama oculta. Es igual que la lava en el olfato.
Es igual, de pronto, a la indiferencia.
A nacer sin sábanas y no tener orgasmos. Al vertedero de la sangre.
Es igual a la página sin alelíes. A la pijama sin risa y sin cuerpo.
Al panal sin miel de las ventanas. Al mar disfrazado de fuego.
Nada me hace falta ya para encontrarme: —He dejado de caminar para
Encender el pecho del océano, para iniciarme a penas
En la claridad de las sombras…
Barataria, 14.VI.2010

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