El paisaje de la ternura ahoga su follaje en la hoguera, la luz cierta
Entre los vitrales decapitados por la lluvia: edad del vaho entre dientes.
Vivimos los esqueletos más certeros de los cadáveres,
Vomitamos el lucro de las espesuras,
Degollamos los almácigos de la estupefacción, cualquier teología
De unicornio, cualquier ombligo desprovisto de arco iris.
Entre los vitrales decapitados por la lluvia: edad del vaho entre dientes.
Vivimos los esqueletos más certeros de los cadáveres,
Vomitamos el lucro de las espesuras,
Degollamos los almácigos de la estupefacción, cualquier teología
De unicornio, cualquier ombligo desprovisto de arco iris.
Ilustración tomada de la red
PAISAJE EN LA HOGUERA, LA LUZ…
…a la orilla del río de la muerte,
El paisaje de la ternura ahoga su follaje en la hoguera, la luz cierta
Entre los vitrales decapitados por la lluvia: edad del vaho entre dientes.
Vivimos los esqueletos más certeros de los cadáveres,
Vomitamos el lucro de las espesuras,
Degollamos los almácigos de la estupefacción, cualquier teología
De unicornio, cualquier ombligo desprovisto de arco iris.
Verse al espejo a profundidad no deja de ser un acto de heroicidad.
Uno lame los cinco negritos de la duda,
Los bocados quebrados de la dialéctica,
El abecedario de los niños en las llanuras del polvo,
Las vendedoras de espejos en este País de sombras.
Cada quien anuncia su propia mercancía, —la espuma dibujada
En canastos, las gotas de felicidad en pedacitos de bambú.
—De la luz no me libres, señor; hazlo de las bocas, de la pólvora,
De las armas incautadas al aliento, de la hoguera de piedras tapando
Los sueños, de las palabras que no son verdes. Del aire sucio
De las manos. Del zodíaco inminente del hambre.
Es casi demencial esta hoguera en manos y rodillas. Necesarias
Para hacer legible el aire,
Los claveles de la imaginación,
Los números olvidados en los satélites del diafragma,
La duda soterrada saliendo a flote, sombras del corazón torturado.
Todo el desahogo cabe en los paisajes habitables: en esos donde
La respiración no tiene escamas, ni la hojarasca oculta en cucharas
Esta mirra de basalto.
Ardemos en los días más oscuros del miedo.
Crujido inconfeso del quebranto. Tortura la caricatura de la ceniza
En los párpados. Depreda el minuto de fuego consumido.
Degüellan las letras de las mortajas. Es como si el trance se repitiera
En la horaria de la brasa.
Para sepultar los años con púas, se necesita la argamasa de cal viva.
No para preservar la tormenta, sino para que ahí la lluvia hunda
Todo lo putrefacto: la escoria de la carne, la carroña de la entraña
Ahumada, la vena penitente de la conciencia.
Después de todo, hasta los paisajes más inofensivos,
Tienen ese aire de yesca, ese fuego del polen que da, aratos,
Certidumbres.
Lo que emerge de la pira, a fin de cuentas, es la luz:
La luz del ventarrón y el espejismo…
Barataria, 04.V.2010
PAISAJE EN LA HOGUERA, LA LUZ…
…a la orilla del río de la muerte,
Yo llevaré mis trémulos jardines…
ANA AJMÁTOVA
ANA AJMÁTOVA
El paisaje de la ternura ahoga su follaje en la hoguera, la luz cierta
Entre los vitrales decapitados por la lluvia: edad del vaho entre dientes.
Vivimos los esqueletos más certeros de los cadáveres,
Vomitamos el lucro de las espesuras,
Degollamos los almácigos de la estupefacción, cualquier teología
De unicornio, cualquier ombligo desprovisto de arco iris.
Verse al espejo a profundidad no deja de ser un acto de heroicidad.
Uno lame los cinco negritos de la duda,
Los bocados quebrados de la dialéctica,
El abecedario de los niños en las llanuras del polvo,
Las vendedoras de espejos en este País de sombras.
Cada quien anuncia su propia mercancía, —la espuma dibujada
En canastos, las gotas de felicidad en pedacitos de bambú.
—De la luz no me libres, señor; hazlo de las bocas, de la pólvora,
De las armas incautadas al aliento, de la hoguera de piedras tapando
Los sueños, de las palabras que no son verdes. Del aire sucio
De las manos. Del zodíaco inminente del hambre.
Es casi demencial esta hoguera en manos y rodillas. Necesarias
Para hacer legible el aire,
Los claveles de la imaginación,
Los números olvidados en los satélites del diafragma,
La duda soterrada saliendo a flote, sombras del corazón torturado.
Todo el desahogo cabe en los paisajes habitables: en esos donde
La respiración no tiene escamas, ni la hojarasca oculta en cucharas
Esta mirra de basalto.
Ardemos en los días más oscuros del miedo.
Crujido inconfeso del quebranto. Tortura la caricatura de la ceniza
En los párpados. Depreda el minuto de fuego consumido.
Degüellan las letras de las mortajas. Es como si el trance se repitiera
En la horaria de la brasa.
Para sepultar los años con púas, se necesita la argamasa de cal viva.
No para preservar la tormenta, sino para que ahí la lluvia hunda
Todo lo putrefacto: la escoria de la carne, la carroña de la entraña
Ahumada, la vena penitente de la conciencia.
Después de todo, hasta los paisajes más inofensivos,
Tienen ese aire de yesca, ese fuego del polen que da, aratos,
Certidumbres.
Lo que emerge de la pira, a fin de cuentas, es la luz:
La luz del ventarrón y el espejismo…
Barataria, 04.V.2010
André, un hermoso poema, pleno de sugerencias.
ResponderEliminar"Ardemos en los días más oscuros del miedo."
Me ha quedado resonando este verso,por su asertividad, como si el poema concluyera con él.
Creo que es posible leer tu poema desde un plano político-no de algo político atado a la inmediatez, pero siento-puedo equivocarme, es una mera impresión- que transmites una experiencia común.
Un abrazo desde Argentina.
Fracias, Lisarda, por tu mensaje. En efecto, la simultaneidad de imágenes conlleva a ese desvelamiento político. No te equivocas, pues, en tu apreciación. Hay, además, como podrás descubrirlo una denuncia conatante por todo eso que nos acontece desde la polis misma.
ResponderEliminarAndré Cruchaga