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lunes, 26 de abril de 2010

SUMA DE ECOS

Es fácil oír tantas voces sobre la espuma o la arena. —Al acecho
De uno mismo. Como un pozo de ficciones.
A menudo la lengua horada más que los cuchillos. A menudo,
Es la soledad la que avienta esa jauría de saliva letal.
Autor de la fotografía: Pablo Hernández







SUMA DE ECOS








Es fácil oír tantas voces sobre la espuma o la arena. —Al acecho
De uno mismo. Como un pozo de ficciones.
A menudo la lengua horada más que los cuchillos. A menudo,
Es la soledad la que avienta esa jauría de saliva letal.
A menudo es la propia consagración de la debilidad. La caricia
Incierta en el cuello, el corazón invadido por mapas ciegos.
Sin amor sólo hay desvelos y no maduran el rocío ni el bosque.
Es fácil que en la vigilia invadan las ansiedades.
Que el escombro, en cierto modo, se torne fantasía siniestra.
Es fácil amanecer entumecido por el vaho.
Por los viajes de las sombras sobre los tejados.
En lo recóndito de la lisonja hay fuegos fatuos, pálpitos serviles,
Umbrales inciertos que sólo la respiración desvela.
Quien tiene trazado su rumbo, no necesita de anzuelos ajeno,
Ni redes deslumbrante: hay quien inventa otros cielos para compensar
Sus complejos atavismos.
Hay quien sólo tiene confianza en la herrumbre.
Los ungüentos sobrenaturales acompañan su sombra.
Hay quien eructa su propia indigencia.
Se oculta de la luz feriada de los días. Del paisaje diurno de los nidos.
Hay quien es un cristal de devotos maleficios: —urden en el aire
Y avientan el cascajo de sus emociones.
Hay quienes jamás trepan escaleras y se queman en su propio fuego.
Hay quienes atardecen sin haber amanecido.
Caen en el vacío de su propia sombra.
El minuto les es dado para el veneno. Desconocen las ventanas
Y el bosque. Cosechan, después de todo, lo que siembran:
El despojo, la indiferencia, y no el éxtasis de las luciérnagas.
Es fácil no darse cuenta del tutelaje de los arcanos.
Es fácil el invierno de los improperios, pero no el Universo sin aromas.
Es fácil comer en boca ajena, guardar la ropa sucia
Y no lavar la conciencia. Cada quien es el fruto de su propio
Cuaderno, la absoluta flor del oleaje cotidiano.
Cada quien encarna su propio esqueleto, estatua de guijarros,
O el profundo resuello de Dios.
Cada quien es, aquí, ahora, no en el más allá, el vilano sobre el horizonte
O el escombro que se pierde entre la niebla del humus.
Cada quien se vuelve luz inmemorial o antorcha apagada
Según sus actos, según el aliento que lo resume…
Barataria, 13.IV.2010

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