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lunes, 22 de marzo de 2010

CIEGA TINTA DE LA SED

—Ciega esta tinta de la sed.
Otra vez, obstinado en deshacer la lluvia de mis sienes. Otra vez,
La sed en la ventisca ciega de la tinta. En ese barro sin tregua
De los días. En esa sombra de los alelíes en el traspatio de vitrinas.

Autor de la fotografía: Juan Santos Navarro










CIEGA TINTA DE LA SED








Vamos en esa agua castrada de las ilusiones truncas.
[Ayer las palabras tenían significados diferentes: En torno
A los balcones se asumía la bruma o el dulzor claro de las gotas
Del agua; era savia y fuego la habitación de los jardines.
Infinito en río de los tejados, los faroles sin miedo del instinto.
Ahora hay que cerrar las ventanas de la casa. Hay que cerrar
El tabaco fúnebre de las moscas, las razones que tiene la verdad
En las manos, las astillas desparramadas de la luz,
Los peces de las palabras en los campos de nudistas.
Hay que cambiar las llaves de la casa y entrar con sigilo,
Tocar si es posible el frío junto a las pulgas, hacerle honor al olvido
Recordando los grises del pan sin sal, el tomate de los sueños
Asediados por la herrumbre o simplemente temblar frente
A otras abstracciones menos perniciosas].
De pronto uno quisiera reunir toda la soledad de las begonias.
No así el absurdo espejo de los muertos.
En el reloj llueve el páramo de los brazos. La mano suave del agua
En la ducha, la bufanda de la lengua en los lóbulos del viento,
Deshacer los días con el abrigo de la angustia. Quitar las enredaderas
De las melcochas en las esquinas redondas del frío,
Lamer el pergamino dormido de los tapiales,
Saltarse los meses oscuros de los días, el ciempiés del crepúsculo
O la lluvia, los pespuntes del titubeo, el cigarro de la trementina
En el cansancio hacinado de los cacahuates.
Cualquier sed abre los folios de la luz en botellas. —Prefiero tirar
Al mar los muebles del recuerdo. Las páginas amarillas
De los caracoles, el sabor de las persianas cuando se piensa en jaulas,
Los ojos de las paredes en la estética de los maniquíes.
En esta tinta ciega de cascos, se oyen tullidas las monedas.
Tullido el monóxido en la garganta. Los poros de los muebles
Anochecidos por el hongo fiero de los monólogos en la deshora.
Uno piensa en el imán de tantos caminos. Uno de pronto quiere
Evaporar ciertos caminos, darle calor al cierzo del polen, mirar la mesa
Como la miran los niños, tocar los juguetes del alba;
Pero las calles lo untan a uno con lápidas, con esos gatos
Que alargan su alarido en los tejados y lanzan alaridos sin piedad.
Uno de pronto quisiera encontrar almíbar en escaleras y ascensores
Y no analgésicos en polvo para combatir ciertas fobias.
Así no serían tan evidentes las varices de las utopías. Los ojos epígonos
De las brasas, nidos con estiércol,
Confeti de astillas de ocote, pústulas en el entrecejo,
Los muebles del crepúsculo en desuso, los perfumes a punto
Del vértigo, la saliva insoportable de los decretos de ley, o ese vacío
Que suscitan los carámbanos al tocar el hueco del insomnio.
—Ciega esta tinta de la sed.
Otra vez, obstinado en deshacer la lluvia de mis sienes. Otra vez,
La sed en la ventisca ciega de la tinta. En ese barro sin tregua
De los días. En esa sombra de los alelíes en el traspatio de vitrinas.
Barataria, 11.III.2010

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