Fotografía tomada de: Euskalherria
Recuerdos recurrentes
No es la guitarra lo que alegra
Ahora después de tantos años distingo el rastro frío del tren
Sobre los rieles de la noche. Mi visión es de grito junto a mi madre
Que sabía abordarlo en medio de los matorrales.
En el verano ardían agónicos los rieles y de lenguas sudorosas
Los vagones. La inocencia y la esperanza estaba abanderada
Por esos trenes de la mañana, del mediodía, de la tarde:
Así se alargó mi fantasía caminando sobre los durmientes.
En su itinerario siempre había un violín de lágrimas en los ojos:
Así creí que era el destino siempre al borde del miedo, de las huidas
O partidas, no obstante la inmensidad del horizonte en el corazón
Que agitado acariciaba los ojos de los que partían…
Era incesante la agonía —aquel ambiente de las estaciones siempre
Manaba vértigo, hervor de sombras con sombreros.
Las palabras tenían una sustancia transitoria en mi boca,
Estatuas de sal en los ruiseñores de mi lengua, pájaros sin destino
En mis párpados, caminantes de húmedos pensamientos,
Espejos de grasientas manos y hormigas.
No sé si la luz tenía ventanas sordas o la oscuridad túnica de fósforos:
—en la marcha lo desconocido se unía al cuerpo como un imán
Colérico, como una libertad enredada en los cabellos.
Como una sed de fuego traspasando la garganta
Hasta habitar los signos de la existencia con sus dudas y certezas.
Esos trenes azules en mí no tienen olvido: —palpitan en la profundidad
De lo viviente; existen en el ansia de mi lava enajenada, en el mar
Levísimo de mis noches, en el volumen del costado
Donde Dios ordena las costillas y no el olvido —donde las tardes
Declinan en los rieles cada día con un temblor de líquida paciencia.
Me desvelo por dentro tratando de entender el sueño:
En la tormenta ciega del vuelo el paisaje tiembla en su despojo.
—ríos insondables acuden a los ojos y mejillas de herrumbrosa
Ternura y trenzas de luminosa entraña, ebrias de velar el anhelo.
Evoco estos recuerdos del pasado desde el conjuro apasionado
De la carne, desde estos días de memoria fugitiva, desde mi noche
De hombre donde los ríos se angostan en su ensimismado tiempo.
Poco falta para guardar los brazos y silenciar el pecho;
La madera espera en su jubiloso silencio, la ilusión desconoce
Las campanas del pecho o musita como la racha de los adioses.
Y sin embargo los trenes, en un instante, provocan mi albedrío:
Ese salir a la calle y preservar la esperanza, ese huir para vencer
La luz: unidad de mis sueños y deseos…
Me doy cuenta que en esos trenes de mi infancia —trenes vívidos
De las horas, son ahora mi compañía en el espejo:
Vagones acariciados que ya no están a disposición de mis manos,
Sino en la llama del cuerpo que expira, en el silbo amoroso
Del arcano, en el ahínco de mi voz clavada,
En mi luz última del vuelo…
Barataria, 28.IX.2008
Recuerdos recurrentes
No es la guitarra lo que alegra
0 ahuyenta el miedo en [en los recuerdos]
…sino la voz humana cuando canta
y propaga los [sueños]…
HEBERTO PADILLA
HEBERTO PADILLA
Ahora después de tantos años distingo el rastro frío del tren
Sobre los rieles de la noche. Mi visión es de grito junto a mi madre
Que sabía abordarlo en medio de los matorrales.
En el verano ardían agónicos los rieles y de lenguas sudorosas
Los vagones. La inocencia y la esperanza estaba abanderada
Por esos trenes de la mañana, del mediodía, de la tarde:
Así se alargó mi fantasía caminando sobre los durmientes.
En su itinerario siempre había un violín de lágrimas en los ojos:
Así creí que era el destino siempre al borde del miedo, de las huidas
O partidas, no obstante la inmensidad del horizonte en el corazón
Que agitado acariciaba los ojos de los que partían…
Era incesante la agonía —aquel ambiente de las estaciones siempre
Manaba vértigo, hervor de sombras con sombreros.
Las palabras tenían una sustancia transitoria en mi boca,
Estatuas de sal en los ruiseñores de mi lengua, pájaros sin destino
En mis párpados, caminantes de húmedos pensamientos,
Espejos de grasientas manos y hormigas.
No sé si la luz tenía ventanas sordas o la oscuridad túnica de fósforos:
—en la marcha lo desconocido se unía al cuerpo como un imán
Colérico, como una libertad enredada en los cabellos.
Como una sed de fuego traspasando la garganta
Hasta habitar los signos de la existencia con sus dudas y certezas.
Esos trenes azules en mí no tienen olvido: —palpitan en la profundidad
De lo viviente; existen en el ansia de mi lava enajenada, en el mar
Levísimo de mis noches, en el volumen del costado
Donde Dios ordena las costillas y no el olvido —donde las tardes
Declinan en los rieles cada día con un temblor de líquida paciencia.
Me desvelo por dentro tratando de entender el sueño:
En la tormenta ciega del vuelo el paisaje tiembla en su despojo.
—ríos insondables acuden a los ojos y mejillas de herrumbrosa
Ternura y trenzas de luminosa entraña, ebrias de velar el anhelo.
Evoco estos recuerdos del pasado desde el conjuro apasionado
De la carne, desde estos días de memoria fugitiva, desde mi noche
De hombre donde los ríos se angostan en su ensimismado tiempo.
Poco falta para guardar los brazos y silenciar el pecho;
La madera espera en su jubiloso silencio, la ilusión desconoce
Las campanas del pecho o musita como la racha de los adioses.
Y sin embargo los trenes, en un instante, provocan mi albedrío:
Ese salir a la calle y preservar la esperanza, ese huir para vencer
La luz: unidad de mis sueños y deseos…
Me doy cuenta que en esos trenes de mi infancia —trenes vívidos
De las horas, son ahora mi compañía en el espejo:
Vagones acariciados que ya no están a disposición de mis manos,
Sino en la llama del cuerpo que expira, en el silbo amoroso
Del arcano, en el ahínco de mi voz clavada,
En mi luz última del vuelo…
Barataria, 28.IX.2008
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Cuando te leo siento que mi vida también es un pasar de trenes, aunque nunca viví cerca de una vía ni impresionaron mi retina como la del niño que tan magistralmente evocas.
ResponderEliminarGracias una vez más por tus versos.
Javi.