Ilustración: Pintura de Joan Miró
Restos del ferrocarril de mi niñez
Lejos estoy. Muy lejos. No en espacios,
Sino en tiempo.
Vicente Aleixandre
Esos vagones desvencijados sobre viejos
Durmientes son los restos de muchas ilusiones,
—Decía mi padre, hechizado, viendo al horizonte
Que levitaba abierto, inmenso, en el confín del pensamiento.
(Él dejó su alma labrando durmientes
para que pasaran uno tras uno los vagones sobre la tierra
virgen de Las Pavas, Las Isletas, Guarnecia y San Isidro).
Fue un joven vigoroso para estos menesteres, vigoroso y denso
como los veranos e inviernos de nuestro terruño.
El tren era una maravilla, un azor de hierro cuyo sonido
Me hacía volcar mi corazón y volar mis fantasías.
Un aleteo de mariposas se desprendía de los rieles.
Mis hermanos y yo sentíamos rodar todo el planeta.
Nos gustaba ver cómo los vagones devoraban el paisaje
Y las ventanas se convertían en pequeñas diapositivas.
Mi padre y yo nos mirábamos sin decir palabras:
El asombro se volcaba en las pupilas hasta quemarlas
En las brasas de la lejanía…
Sólo tenía en mi infancia, ojos para ver el delantal de las nubes
Chocar contra los hierros de esos herrumbrosos vagones.
Ahora pienso que es una extraña historia del corazón:
Una historia desmoronada sobre los dientes del tiempo.
O tal vez una loca imagen, muerta, de mi propia sombra,
Columna de luz y sonidos que llamé ferrocarril.
Infancia ida ya. Padre fenecido también…
Suena el tren en mis oídos, bufa su tensada garganta:
Vagones desvencijados sobre viejos durmientes…
© André Cruchaga
El Salvador, 12122004
Restos del ferrocarril de mi niñez
Lejos estoy. Muy lejos. No en espacios,
Sino en tiempo.
Vicente Aleixandre
Esos vagones desvencijados sobre viejos
Durmientes son los restos de muchas ilusiones,
—Decía mi padre, hechizado, viendo al horizonte
Que levitaba abierto, inmenso, en el confín del pensamiento.
(Él dejó su alma labrando durmientes
para que pasaran uno tras uno los vagones sobre la tierra
virgen de Las Pavas, Las Isletas, Guarnecia y San Isidro).
Fue un joven vigoroso para estos menesteres, vigoroso y denso
como los veranos e inviernos de nuestro terruño.
El tren era una maravilla, un azor de hierro cuyo sonido
Me hacía volcar mi corazón y volar mis fantasías.
Un aleteo de mariposas se desprendía de los rieles.
Mis hermanos y yo sentíamos rodar todo el planeta.
Nos gustaba ver cómo los vagones devoraban el paisaje
Y las ventanas se convertían en pequeñas diapositivas.
Mi padre y yo nos mirábamos sin decir palabras:
El asombro se volcaba en las pupilas hasta quemarlas
En las brasas de la lejanía…
Sólo tenía en mi infancia, ojos para ver el delantal de las nubes
Chocar contra los hierros de esos herrumbrosos vagones.
Ahora pienso que es una extraña historia del corazón:
Una historia desmoronada sobre los dientes del tiempo.
O tal vez una loca imagen, muerta, de mi propia sombra,
Columna de luz y sonidos que llamé ferrocarril.
Infancia ida ya. Padre fenecido también…
Suena el tren en mis oídos, bufa su tensada garganta:
Vagones desvencijados sobre viejos durmientes…
© André Cruchaga
El Salvador, 12122004
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De: Oscuridad sin fecha, 2006.
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