Pintura: René Magritte
Tres patrias
Los rostros que guarda el árbol en sus ramas
Se convierten en una ráfaga de rostros…
Roberto Juarroz
En este horizonte ya de certidumbres,
Sólo tengo tres patrias: mi madre muerta,
Los sueños: —dilatados en las sombras,
Y la noche, noche distinta cada día,
Sobre mi propio silencio de esfera.
Las tres están aquí sin sostenerme,
Bajo esta llama de pesado duelo:
Las tres celebran el quejido y el trozo
De lenguaje cuando la lluvia,
Desde su extraña levedad, moja la voz
Y la desgarra: abraza la madera
Con su fiesta líquida, sin tregua alguna.
Hay en toda esta luz que me invade,
Esa voz de inquietante intemperie:
Hay lenguaje, viento y desazón —música, no;
Sino crispación de losas, hondo sendero;
Después, todo allí, hojas…
Hojas como piedras entre la noche.
Tres patrias y ninguna puedo asir:
Algo no cabe ya en la casa con sus puertas cerradas;
¿En qué rendija del dolor respiran?
¿En qué jardines el reloj es flor?
¿En qué curvas la vida no se tuerce?
¿Por qué las horas gotean debajo de los poros?
¿Por qué cierran los ojos frente a la sonrisa
De las ventanas?
¿Dónde está el día con mis amores?:
La cita, la habitación, los zapatos,
El alelí de los sueños, la albahaca
De los pájaros,
El rasguño agolpado del amanecer.
Cada rostro se ha hecho imperceptible.
Y pese a ello, es la sábana que acompaña,
Sábana de ceniza en mi sediento aleteo:
Matorral del respiro con su piel de fuga.
A mis ojos, sin sorpresa los años.
Sólo esa cámara lenta de mis tres patrias,
Inevitables en la fragilidad del calendario,
Porcelana en mis manos,
Suspiro, acaso, sobre el granito de la lucidez.
Es de noche. Los armarios giran en su órbita.
Murmura el orbe su sollozo:
Sopla el ventanal de la penumbra,
Alrededor de los cuatro puntos cardinales.
Barataria, 29. 11. 2007.
Tres patrias
Los rostros que guarda el árbol en sus ramas
Se convierten en una ráfaga de rostros…
Roberto Juarroz
En este horizonte ya de certidumbres,
Sólo tengo tres patrias: mi madre muerta,
Los sueños: —dilatados en las sombras,
Y la noche, noche distinta cada día,
Sobre mi propio silencio de esfera.
Las tres están aquí sin sostenerme,
Bajo esta llama de pesado duelo:
Las tres celebran el quejido y el trozo
De lenguaje cuando la lluvia,
Desde su extraña levedad, moja la voz
Y la desgarra: abraza la madera
Con su fiesta líquida, sin tregua alguna.
Hay en toda esta luz que me invade,
Esa voz de inquietante intemperie:
Hay lenguaje, viento y desazón —música, no;
Sino crispación de losas, hondo sendero;
Después, todo allí, hojas…
Hojas como piedras entre la noche.
Tres patrias y ninguna puedo asir:
Algo no cabe ya en la casa con sus puertas cerradas;
¿En qué rendija del dolor respiran?
¿En qué jardines el reloj es flor?
¿En qué curvas la vida no se tuerce?
¿Por qué las horas gotean debajo de los poros?
¿Por qué cierran los ojos frente a la sonrisa
De las ventanas?
¿Dónde está el día con mis amores?:
La cita, la habitación, los zapatos,
El alelí de los sueños, la albahaca
De los pájaros,
El rasguño agolpado del amanecer.
Cada rostro se ha hecho imperceptible.
Y pese a ello, es la sábana que acompaña,
Sábana de ceniza en mi sediento aleteo:
Matorral del respiro con su piel de fuga.
A mis ojos, sin sorpresa los años.
Sólo esa cámara lenta de mis tres patrias,
Inevitables en la fragilidad del calendario,
Porcelana en mis manos,
Suspiro, acaso, sobre el granito de la lucidez.
Es de noche. Los armarios giran en su órbita.
Murmura el orbe su sollozo:
Sopla el ventanal de la penumbra,
Alrededor de los cuatro puntos cardinales.
Barataria, 29. 11. 2007.
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