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martes, 15 de abril de 2025

VÍA DOLOROSA

 

Pintura de El Bosco


VÍA DOLOROSA

 

 

En ese cuadro en que estoy muerto, se mueve tu mano, pero no

puedes impedir que me vea, traslúcida. Acabo de ganar la eternidad de esa postura, y me molesta que me hayan recibido tan fríamente.

GILBERTO OWEN

 

 

Tanto como un paisaje evocado la lanza cimbrada en el costado el horizonte hosco rechinando en las costillas alrededor de la madera las manos amarradas: esa tortura de cargar sobre los hombros el fin del mundo sin más que el hierro exhausto en los tobillos: ante la avalancha solo la ebullición de la sangre los Lucas los San Mateos Los San Juanes las Magdalenas y los ecos clavados en el cansancio de los días postreros y la transfiguración —te veo en esa ciudad extraña cobijado con la muerte bajo la tarde los párpados caídos y el feroz juicio de la incertidumbre después no solo es tu cadáver sino cientos de cadáveres: los Bolívares, los San Martines los anastasios los Romeros los condenados de siempre a la incertidumbre: todo es oscuro en la noche de los imperios el hambre la sed devorando las paredes de una geografía insana ¿en qué patio de luciérnagas está el alba la luna blanca de la alegría el árbol de luz de la esperanza? aúllan los túneles macabros de la oscuridad por más no entiendo la gramática del terror ni los manuales cifrados de la Central Intelligence Agency ni las otras inteligencias conspicuas urdiendo tramas en medio del rocío hay bramidos imponentes y calaveras exhibidas como verdades ¿quiénes nos miran desde el interior de sus radares desde ciertos litorales donde el vómito es una verdad? ¿hasta cuándo la libertad para amarte para congregarnos junto al océano frente a la luz y no al costado? sé que vivimos ante múltiples tormentas ante arquitecturas fatigadas ante sombras siniestras todavía siempre vivimos errantes abriendo el surco desde el huerto hasta las semillas disecadas de los alineados y no alineados hemos viajado entonces desde la pérdida de tantos nombres hemos caminado pese a que los sueños nos fueron arrebatados cercenados carcomidos (la sed es fuga permanente hacia el infinito) a veces nos sonríe la sospecha y esa soledad extraña en el filo de la agonía nos estremece la miseria consuetudinaria en su nido la muerte ¿hay necesidad de justificarla? hay necesidad de remontar el tiempo y la historia evitar los sensacionalismos: frente a este sordo universo la soledad pero también los ojos y el amor que en algún lugar germinan (recordar debemos recordar la inocencia no la perversidad darle ciudadanía a la compasión el miedo ha creado industrias colosales recordar a perpetuidad recordarte entre lo nefasto y alevoso ¿fue aquello un designio? fue sin duda la moral pervertida la dimensión macabra del poder)  entretanto qué hace la cruz en medio nosotros si su origen es nefasto no es luz sino despojo y sombra ciego ornamento de la muerte siempre veo allí el mar muerto de los sedimentos y el nudo ciego enjugando la sal de las mejillas me zambullo en esa vía dolorosa del espejo la intemperie en la garganta de los siglos la puerta falsa de la ternura con sus insomnios: una y otra vez la tinta amarga de la noche Wall Street en los sentidos los centros financieros mundiales sin buganvillas sin flores de lorocos sin mangos que maduren sobre la mesa entonces dónde está Aladino los managers of sexy shows el cyber sex puestos a disposición de innumerables audiencias en la carne hiede el aliento del tiempo y su permanente acecho apestan en medio del desierto los nombres inmolados estas glorias y estas pascuas y estos calvarios que tienen su origen en el candelabro macabro de las venas.


Del libro: «Sintaxis de la fuga», Barataria, 2014
©André Cruchaga

Imagen pintura de El Bosco


miércoles, 9 de abril de 2025

ENVÍO AL ARBUSTO DEL TIEMPO

 

André Cruchaga, El Salvador


ENVÍO AL ARBUSTO DEL TIEMPO

 

Nunca recibí la hoja de tu aliento en mi estío, ni aquella voz precipitada

a tierra. ¿En qué postal la lluvia mojó todos los absurdos?

¿En qué minutos el elefante de la tinta con algunas nubes rezagadas?

Hay otros zapatos que quedaron en el tintero, setas del alfabeto

en la gaviota de antaño, dilatada voz sobre el viento.

Los mails arremolinados calcinaron los hilos del eco, el mar arduo

de las pupilas, las aguas que el afán aprisionó en el imaginario colectivo.

¿Qué es el tiempo sino este parto de espectros, abismo gemelo de lo extraño?

¿Qué es el tiempo sino esta ventana huérfana convertida en ladridos

y fantasmas, mueca de la locomoción de tanto crimen?

(Vos) pensando seguramente en el sexo ebrio del grafito de fuego

y en las larvas que bajan, vertientes del precepto desigual

de la macroeconomía de la lluvia en el barro del templo.

Siempre fue bestiario el matadero de los alquimistas, insaciable

la rosa carnal en el esplendor de invernadero de mis cartas ajadas,

demolidas a fin de cuentas por albañales y el coro del lodo enfermizo,

bisutería donde solo hay comensales de insectos.

En el cónclave de mi caligrafía entendí que estaban cerradas puertas

y ventanas y que, aquel cortejo, tristemente era el devenir del otoño.

 

Del libro: «Sintaxis de la fuga», Barataria, 2014

©André Cruchaga


martes, 1 de abril de 2025

ÁRBOL DE LA DEMENCIA

 

André Cruchaga


ÁRBOL DE LA DEMENCIA

 

 

Al lado de la noche nos persiguen las sombras, la escarcha fugaz

del tiempo, hosco y perenne en el pecho, la tierra donde cabalga

el viento sobre el pinar, nos turban y amedrentan los sueños,

los nombres que borra el silencio, muda historia perdida en la sed,

pedregal y abrojo, la casa de adobe con sus murmullos de teja

llovida, lluvia entre ramajes que se abre en el cuerpo, mientras

caminamos solitarios y descorre la duda sus fragancias.

Tras la oruga disuelta en los ojos, todo el rebaño nocturno del aire.

Lluvia frenética en crisantemos de ceniza sostenida en agujeros

de plástico, el pueblo entre grietas, apedreado en su designio

de jaula, jaula perpetua disfrazada de país.

(Allí, entrelazados los dientes del matapalo, el subibaja del ojo

como guante entre la goma que hace gemir a la madera).

Rotos los zapatos, se ahoga el césped en los pies, viene el desvelo:

todos los cementerios acechan cargados de pájaros muertos,

¿quién mastica las raíces del crepúsculo y clama al Papa y a Dios

y quita de sus costillas los gusanos, la gota de multitud machacada

en las costillas? —Por cierto, que ahora cultivamos heridas,

y hacemos con la ruda invocaciones frenéticas, hasta el punto

de quedarnos desnudos en el llanto, obedientemente inconsolables.

Por si fuera poco, unas cuantas monedas no lavan al cordero.

 

 

Del libro: «Sintaxis de la fuga», Barataria, 2014

©André Cruchaga

Imagen André Cruchaga.