© Obra pictórica de Marc Chagall
MUERTE
ÍNTIMA
[“ESE
SABOR A INVIERNO EN LA GARGANTA”]
hablo de
lo que me pertenece y sin embargo se va: vivir y salir al paso de lo profundo
asomarse a las preguntas para que devuelvan el arbusto de la misma muerte la
vida con sus sombras cernido el vuelo —hablo del diálogo que sostengo con todo
lo que me oye la boca que se pierde en el alba el vuelo que horada los cascos
del cielo ¿es mía la tierra cuando llegue a su sombra? ¿de qué paisaje hablo en
el ardor de la madera? (la muerte siempre
es primavera íntima) lo aprendí en la alta noche del escalofrío entre
breves y largas corporeidades siempre igual el bullido del fuego que consume
todo lo que tengo como espejismo de vitrales
no hablo de misterios ni de otras muertes hablo de la mía: crece cada vez el tiempo con sus remolinos
avanza la firmeza del suelo en la oscuridad los días asustados que cruzan la garganta el oscuro día de ventanas
sin coraje (ahora recuerdo todos los
atajos para llegar a una sábana la calle con su giro de párpados el hervor del
aliento a mitad de la cruz trepan los salmos como escaleras hasta la boca:
muero en la faena de mi propia mortaja duele el aliento cuando uno prepara los
aperos —azadón y piocha y pala— el trabajo es duro cuando uno cava la mesa
postrera luego uno tiene que aligerar el reencuentro con los zapatos y poner
todo el empeño de la dentadura)
supongo que debo pensar en las reliquias antes de halar los bueyes ¿debo
callar ante el declive irreversible? ¿debo morder antes el pasto azul de los
libros el coloquio del comején en mi condición humana la flor de los juegos del paréntesis que
olvidé en algún momento? a nadie he
invitado porque es la purificación de mi memoria a nadie he confiado este
austero cansancio a nadie le he dicho que acurrucado muerdo la ceniza y la
grieta que se abre en el semblante del tiempo —soy Job —debo confesarlo— el que
lucha inagotable con la paciencia con el ave nebulosa que se derrama en el
éxtasis del ciprés (soy el hollín anónimo
que se desprende del tabanco) habito
las bóvedas de mis culpas a estas alturas del poema no reniego de nada ni me
arrepiento de nada: si he sobrevivo es lo que merezco aquí está mi cuerpo y las raíces que me
fueron destinadas desde la infancia asistí con traje a los velorios desde
entonces les tengo un gran respeto ¿es intrépida la lámpara de mi arcilla? —a
estas alturas no lo sé pese a las costillas rotas de la noche pese a los
extraños ruidos de las ergástulas (el
tiempo no me alcanzó para vivir otras vidas) por eso me sostuve con mi
propia soga (a veces los imaginarios —lo
sé— son de telarañas) por eso no me fio de la moral de las palabras ni del
incensario que refleja cierta inocencia ni del ciempiés que huye de la lluvia
todo se reduce a los acasos: yo me quedo confiado en mis propios argumentos:
mañana o pasado hoy puede gritar el tiempo estoy preparado—le he dicho
reiteradamente— mientras suben los apremios del crepúsculo (los candelabros me recuerdan el sepulcro de las semanas y la ceniza
que confabula en las manos)…
Del libro: Insepultas figuras
roídas por la lluvia.
Barataria, 2013
©André Cruchaga
© Obra pictórica de Marc Chagall