ALGO ROMPIÓ
EL ALBA
El
mundo físico todavía está allí. Es el parapeto del yo el que mira y sobre el
cual ha quedado un pez color ocre rojizo, un pez hecho de aire seco, de una
coagulación de agua que refluye.
Pero
algo sucedió de golpe.
Antonin
Artaud
Sí, como
un pez de temblorosas escamas y desencuentros,
la sal
legionaria de sombras que zumba en los ojos, el moscardón
coagulado
del aire, la estatua desleída de la noche hiriente,
o el
grito roto en la lengua de un ciego:
nos
hartamos de las palabras extraviadas en la lluvia,
del yo
que no logra encontrarse en la noche, ni ancla en sonrisa.
Entre la
multitud orgásmica de las confabulaciones incendiarias,
el
empedrado del cielo, la introspección borrosa de una flauta,
los
exteriorismos punzantes de la demografía y la democracia.
Nuestro
mundo íntimo es un despeñadero de alhelíes,
una trama
con tapicerías y antifaces inocultables y vociferantes.
También
lo es la mortaja que sirve de cobija, el tizón que se aferra,
a ser
candil, la sangre vidriosa en la sed de los cadáveres.
Nada nos
queda por subvertir después de las heridas del escalpelo.
Nada
cuando el alba es un techo de vidrio. Una pared rota.
La
batalla compartida únicamente ha dejado vestigios.
De Camino disperso, 2021
©André Cruchaga