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sábado, 31 de diciembre de 2016

FOLLAJES POSTREROS

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FOLLAJES POSTREROS




Van los follajes postreros del aliento como rotos candiles: adentro, la voz irreconocible entre las ramas de la oscuridad.
Siempre es extraño rumiar en la última fila del nudo ciego de las mochetas.

(Toda la crueldad se nos arrima a los ojos, el ánimo sajado de lo andado,
aun la voluntad convertida en mueca y su postura mosqueada.
Uno queda estupefacto ante el aluvión de los tropezones y su caries de cieno.
La risa estira su carne hasta el hondo orificio del desfallecimiento.

A veces, sólo quiero regresar al enajenamiento de mis brazos, a las claras alas
del orgasmo, al pozo de sol del ombligo,
al horizonte de lunas de tus encajes, a esa pupila negra donde penetra el fuego.

El conjuro es inmenso en esa piedra. Allí fluctúa el braceo plenipotenciario
de los peces, y se acentúan las rodillas, duras del aliento.
En cierto modo, la memoria arrea todos los pensamientos y las querencias
y hasta las lluvias leves de la mímica.
En el ojo fatigado, largas gotas de tristeza como una armónica desafinada.
Se agolpan las palabras rotas y los remordimientos, la ceniza desnuda
el espacio de los poros y todas las vísceras hirvientes de la intemperie.
Nada puede postergarse en la boca, ni la marcha, ni el camino, ni la geografía
de cuanto nos ha tocado: solo se oye el eco inefable de las alas.)

¿Cuánto queda, después de todo, de la infancia, de los extravíos y convulsiones?
Tiembla el cuerpo cuando es acechado por la carcoma, encima la tierra.
Barataria, 2016

viernes, 30 de diciembre de 2016

EPIFANÍA DE LA PROFANACIÓN


Imagen cogida de francescoocchetta.it




EPIFANÍA DE LA PROFANACIÓN




Hojas secas para tapar un límite de inolvidables rumores
El otoño tiene el desencanto del que todo busca
Unas pestañas anuncian la hora más a la altura del vago ruiseñor distraído
Evidencia
Memoria
Sin memoria
Aparecen los días con alguna nostalgia
Tal vez nunca se ha dado más el otoño a la angustia del hombre
Los periódicos anuncian una buena cocinera
Un canario
O un perro amaestrado en el arte de pelar las cebollas
Nadie dice buenos días al cortejo fúnebre
Emilio Adolfo Westphalen




Para el alma de los imposibles me temo que “la oscuridad permanece como apéndice de puertas.” Quizás en un día de no videntes debamos quemar todas las parábolas hasta el corazón impalpable de lo excelso. La emoción del no ser es una nebulosa de eternas pupilas. Hay una renuncia permanente a las pupilas, una sombra de agonías fragorosas, un mundo tan sólo para deificar el absurdo. Simulamos hasta los fogonazos del orgasmo, los golpecitos de pecho y el luto innumerable de los sueños. Se nos gastan los caminos en los diferentes granitos del aliento, o en la lejanía suicida de los zapatos. En la herida monocorde de la tinta cuelga uno la hostilidad de los cuchillos, los ojos condenados a los candelabros. Veo a diario cómo crecen las ojeras y los huecos de la mesa de tanto respirar. Nunca ha habido para la sobremesa, sino este tiempo agotado, el violín gris de la hojarasca, los catecismos sin nada colgando de tapiales o paredes cuya edad parece mortífera. “Es dura la simulación de la risa, o la mueca de la boca, añeja de mundos/  y basureros. (Uno lleva el luto como un candil perenne de tumbas);/ no se necesita de mucho para saber de dónde emergen las cucarachas,/ los alaridos, esta historia que arranca las frondas del regazo/ y nos deja en abandono e intemperies./ Igual que los espejos rotos estos fragmentos de escamas prendidas en alfileres,/ igual que las lecciones de las alcantarillas los gusanos blancuzcos/ de los cuchillos, la risa confeccionada para complacencias, o el cuervo suicida/ afilando las estrías del entrecejo, los cielos oscuros cuando cruzan las arañas/ todo el azul pedregoso de los párpados.” Comprendo que el aguacero es tempestuoso y sólo el que está adentro de la tormenta siente los latigazos del agua, esa ecuación de ataúdes que hace el poder. Yo no veo hostias en mis ojos ciegos, ni auroras vivas en el engendro enamorado de la orfandad. El país siempre duele permanentemente. Duele Dios y su balanza siempre desigual, duele el reloj oscurecido y esa hostil labranza de azadones. Quien realmente es arriero sabe lo que digo. Esto que vivimos es un estribillo atroz: lamemos el huesito del horizonte y le damos potestad a cierta ansia de eternidad. Un ejército de moscas arrastra mis pupilas, sin providencia alguna más que este amargor irrestañable. ¿Soy pesimista? Sí, y es que nada, ni nadie  me dice lo contrario para despertar en el paraíso. Crujen las infancias y las noticias. Nos queda apenas jugar en lo profundo. En el corazón oculto de las sombras y la orfandad, en la desbandada del tiempo y lo desconocido, y no en la querencia, no en el campanario de la inocencia al cual uno ya ha renunciado. Luego no sé si es bueno o malo seguir pensando en el sinfín, palpar la escarcha que dejan los mendrugos, desenroscar la esfinge y que suceda lo que deba suceder. De pronto, uno sólo tiene la posibilidad de enjuagarse con la viscosidad de los andenes y las alcantarillas, tragarse el sarcasmo y luego con un dejo de ternura hacerle reverencia a la autoridad. No sé si es para siempre este peligroso juego de pólvora china. Habrá alguien que en medio de la fiebre se queda con medias palabras, después de todo halaga mucho la actitud de tumba que en circunstancias especiales se requiere. Y qué del futuro sin escapularios y, hasta sin golpecitos de pecho a la altura del corazón. No sé si ésto, justamente, constituya la Epifanía, el ojo y la fuerza para continuar el camino. Nos alumbra continuamente la profanación y el engrudo de la traición.
Imagen cogida de francescoocchetta.it

jueves, 29 de diciembre de 2016

DESVARÍO

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DESVARÍO




Allí, en el pétalo sin rama, los matices profundos de la orfandad.
Cada quien clama o derrumba sus tristezas, sus goteos secos de furia.
Las suplantaciones, a menudo, cuentan con cielos rutilantes y dientes de feroz saliva. 
En los alrededores de los brazos, nunca faltan las lágrimas,
ni el vocerío tormentoso de los escapes.

Hay cuchillos ensangrentados de ríos por todas partes. Y truenos como fronteras mordidas de desesperación y peces salpicados de hedor y abandonos sometidos 
a la boca y estigmas de ciertos ahorcamientos,
como desnudos hierros encontrados en la memoria, en el hocico del cosquilleo,
o en el envoltorio amortajado de los ojos.

(Después de todo me entretengo con la locomoción de ciertos insectos. También 
con los lazarillos aventajados y antediluvianos. Total, algo acaba
por salpicarlo a uno, los mendrugos arrancados a la boca, los pellizcos  alrededor
de las costillas, la tortuosidad solitaria de las telarañas.
Encima de los parpadeos, los brazos que nunca empollan, la prédica
de la ponzoña y el brillo de los tiliches en medio de las aguas sucias.)

Es tal el desvarío que lo único conquistable es el azar: quedan los recuerdos, 
claro, y su olorcillo a albahaca y a clavo de olor y a bragas.
Zumban por doquier las entrañas y esas caras alargadas del césped.
En la distancia los chuchos despotrican contra los transeúntes.
Muerden el horizonte sin mediar palabra, luego me toca masticar pedacitos
de palabras y guardar silencio mientras restriego mis torpezas…
Barataria, 2016


miércoles, 28 de diciembre de 2016

ESTERTOR DE LA CAVERNA (MONÓLOGO)

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ESTERTOR DE LA CAVERNA
(MONÓLOGO)



Entre la costumbre del suelo y el destino de tu mirada
un dudoso pájaro de fiebre tramita dos o tres colores
ante el peligro de que de pronto despliegue el pensamiento
las anémonas suficientes para paralizar las fábricas
Es la ciudad donde la lluvia instala su conflicto sentimental
agregando un poco de azar a sus espuelas
A pesar de la guardia montada en los ojos de los astrónomos
la ternura menor de los taxis consume y disgrega toda tentativa celeste
Luis A. Piñer




Ignoro si todo mundo sabe qué se siente ser uno mismo, encontrarse con ese silencio, hondo, profundo, del mundo adentro mientras se tiende la ropa del aliento. ¿Quién se redescubre desde las muchas vidas habitadas? ¿Se llega a saber quién es uno? ¿Quién depila el susurro de las zonas erógenas? Siempre hay un más allá de la ciudad y el recodo de las esquinas. Existen quemas y gritos y escombros e interminables cementerios: importa la indulgencia del asombro, esa forma íntima del poeta para comprenderse desde la escritura; constituye la más convincente relación de lo que nos acontece, descubrirse uno entre la falsedad y la contradicción. Es evidente que ante tantos instantes asolados,  también nos afirmamos y evolucionamos más allá de las operaciones lógicas del universo. Cualesquiera que sean las acrobacias del pensamiento, existen “Neblinas grises resplandecen en la hoguera./ Techos de extrañas palabras muerden la lengua. Cántaros urden el agua./ Andan mis oídos desnudos de mares, asoladas claridades muerden mis ojos,/ y ahúman el entrecejo del arco iris./ Todo queda registrado en el escenario perenne de los huesos./ En la lengua de moho de los sueños, ningún cuerpo trepidante, / solo el movimiento oscilante de lo estático, las hojas quemadas del bullicio,/ y la agonía acurrucada del pestañeo y los asilos para lápidas amontonadas./ —Contiguo al sur de los goterones disueltos en aliento y semanas,/ están los tambores sonámbulos de la plenitud, la casa de mis primeros sueños,/ el aguijoneo espectral impulsado por el viento.” No dejan de ser naturales todos estos sobresaltos, los juegos desenterrados de la boca, las tumbas que habitan el pecho, los fármacos que encapuchan ojos y memoria, aquella anatomía que nos desvela mientras salivan los colmillos. Después de todo, los arrebatos son parte de las ampollas que se nos hacen en el alma. Irremediablemente uno puede reafirmarse en los abismos; el espíritu también tiene esos desniveles de mortalidad, esos extremos imaginarios de las grietas. Se desespera contra la incertidumbre, se aducen filos y palabras que no digieren las carcajadas. En el petate de mis largos atropellos, los extraños días, como la sed del páramo que nos ansía o nos dilata en su áspera esperanza. Al otro lado de la saliva espolvoreada, nos representan los anfiteatros y sus trampas de falso cielo. El poeta nunca duerme, desde su condición, está interminablemente en lo otro, en el tiempo y las aguas que lo golpean, sumergido en la historia cumpliendo un destino: cada quien persigue, a su manera, lo desconocido, así es como cobra vida la existencia. Todos van de prisa, menos el poeta. Día tras día hay necesidad de soportar los contrapesos de la memoria y el olvido. De seguro la paciencia se nutre de tantos y diversos extravíos. Una lágrima, dolorosamente, constituye un instante; el juego de las catástrofes y la histeria hacen la noche. Son parte de mí, los murmullos de algunos ijares, la rosa del jadeo en mis manos, la declaración de un día nacional, o los días de visita íntima a los presidios. Siempre es terrible y aburrida la posibilidad de la verdad, la distancia entre el deseo y el desenfreno. Me duelen sus ancas en mis ojos viejos. Me duele la dulzura en medio de tantos golpes de pecho; a veces debo encorvar la figura del poema, las llaves, aligerar el cuerpo ante el estertor de la caverna, ante las divagaciones del frío. Es imposible no fumar sobre el canapé largo de las divagaciones, pensar en la anatomía del celo hasta morir de impotencia. Todo parece lógico, después de todo. La desolación tiene su precio. Es triste. Callo. Es vital el corpiño calentito de las palabras y su hormigueo en los encajes. Con frecuencia, la relación con las palabras es sexual y apocalíptica; otras veces, despiadada como la audacia del crimen ante un indefenso. Recuerdo a mis verdugos, sería una ingratitud afiebrada que los olvide. Ahora tirito, inmóvil, frente al umbral… 

martes, 27 de diciembre de 2016

DURO PONIENTE

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DURO PONIENTE




Si fuese necesario debo colocar mi cara sobre el asfalto y ser fiel pese a todo.
Hay candiles que solo transan con el ardor de lo oscuro.
El poniente, ahora, resulta ser una ventana fuera de contexto, violento nudo.
Las ansias desangran cualquier estrechez de la asfixia, el golpe es duro
en la desnudez de los ojos, en el montón de bocas aligerándose,
a la sorda impudicia de quienes cabildean sin rectificar los sueños y la muerte,
las anatomías de las papadas y los sombreros.

De cara al poniente, los horrores vernáculos del filo, la tierra detenida
en su luna oscura, las palabras rendidas como asfalto en la boca.
Uno lleva sobre los hombros un bulto de vientos.

Hacia el espejo, las colillas de la respiración como deudos adormecidos.
De seguro corresponde a la zoología esta excelsitud de espíritus.
A veces hay que beber el agua del sabor de las lágrimas y quemar los meses para reducir los peligros, coger con pinzas los suspiros, levantar el dedo índice solo si es necesario, hacer otra estatua o petate en el suelo de la patria.

(Las cosas son así.  A menudo es necesario reinventar los personajes
o próceres, ponerle nuevos estribos a la albarda, colocarle flores a las autopsias,
o, en todo caso, hacerle una autopista a los anfiteatros nacionales.)
Alguien de seguro querrá invocar a Diógenes para abrasar tantas sombras derretidas, (todo intento de vulgaridad puede ser apocalíptico), por eso,
a la barbarie y a sus verdugos, hay que entregarles condecoraciones.
El mundo es más humano cuando se contempla allí, el vuelo de vilanos…
Barataria, 29.X.2016


lunes, 26 de diciembre de 2016

ÍNTIMOS INFIERNOS (MONÓLOGO)

André Cruchaga visto por  Lucian Opriceanu (Rumania)





ÍNTIMOS INFIERNOS
(MONÓLOGO)



Sin embargo basta un gemido para corromper tu inmensa maquinaria
noche que presides las metamorfosis de esta habitación podrida por la luna
igual a viajes hechizados ciudades falsas y la atronadora antorcha del mar
ardiendo locamente en la sombra
y esos escaparates de tren en sueños con cosas ya acostumbradas a mi vida:
situaciones de tránsfuga
amistades dementes en restaurantes desvanecidos…
Enrique Molina




Soy simplemente un peregrino de la vida, alguien que adopta las claridades, pero también, esas oscuridades que en cierto modo le dan a uno un sentido evasivo, o que forzosamente son contrarias al sentido común. Ante tal situación, ignoro, si lo que escribo tiene carácter literario, o si es literatura en todo caso. Indudablemente que el absurdo forma parte de mi quehacer, esos juegos de la psicología con los objetos, los matices ilógicos que hilvanan el pensamiento. Mis divagaciones van más allá de cualquier pensamiento lógico,  más allá de lo irracional o incoherente que significa lo ilógico. A veces quiero escapar de mis propias impaciencias. Evoco en lo posible el sinfín de la clarividencia, aquellas regiones remotas que tiene el pensamiento. Soy consciente de lo confuso que es el mundo, de lo difícil que resulta desnudar lo inasible, o quedar uno reducido a nada. Tal el poema en cuestión, uno es el personaje para aprehender lo imposible de lo posible; lo miserable resulta de lo que no constituye el absurdo, sino quien la provoca. “Hay amantes que se pierden en el resuello de sus costillas; el tiempo masculla/ sus propias cucharas, la luz y su inventario de túnicas, el sorbo de luz a punto / casi de calcinarse. En aquellos despojos, ahora el vinagre./ En el caracol de la melancolía, las escenas ciegas de la desnudez./ Los que nunca han agonizado ignoran el vigor de una mordida,/ el clavo absoluto que se clava en la garganta. / Camino habitado por demasiados andenes, esquinas, húmedas intimidades / y muertes; el lenguaje sufre de extravíos en la vía pública./ Siempre estuvieron allí las esperas, en ese galope apuñalado de las esquinas./ Siempre al filo de la búsqueda adelantándome a la indiferencia./ Aun así, supongo que fluyen los tiempos detenidos, / los suicidios y salpicaduras del aire, las infancias que lloran en la marejada / de tatuajes, el zumbido abovedado de las moscas sobre los retretes.” El tiempo como el silencio nos muerde la razón, la lucidez para evitar los melodramas. Es difícil transitar las esquinas de lo extraño, son complejas las contradicciones de esta comunión con el rechazo o la reverencia. Advierto una constante devoción por el abandono, apego a lo irreparable, al sentido fingido de los sentimientos. Supongo que hay impulsos que van más allá a la mera escritura. Toda moraleja me parece prejuiciosa y paradójica. Por tanto, confieso que no creo en esos golpes de pecho que acaban con la propia identidad, con la manera personal de ser. Entre tanta miseria, ¿cuál es el eslabón hacia la felicidad? Entre tanto vacío, ¿quién ocupa los andenes, el cielo raso de las semanas quebradas? ¿Quién le da vuelta a su conciencia para despertar de tantos absurdos que nos da la vida diaria? ¿Quién sin palabra drena sus íntimos infiernos, rechina los dientes del sexo, y desenfrena la vulgaridad? Uno viene del horror y continua en el horror, lo hosco es  a menudo nuestro paraíso; el artificio es nuestra ropa. El mundo y lo inhumano colman nuestras sienes y bolsillos. Solo hay alguien que nos mira desde el otro lado, el espejo, la melancolía que nos produce la muerte, para lo cual no existe solución, únicamente bofetadas a trasmano y de soslayo. Ante este mundillo de números inciertos, no es frecuente una moral evidente que salga al encuentro con el ser humano. Lo único posible, hay que confesarlo, es enrollar el alba para comenzar el siguiente día y en lo posible no dudar, o dudar de los ojos o de la comisura de los labios, o de las arrugas heladas en los sueños.  Hay momentos que necesito desenvainar mi risa por mera utilidad práctica; poner el bisturí con doble filo en los ijares, drenar la yugular del silencio. No tengo más urgencias que el poema. El poema que en nuestro tiempo es otra minucia más, entre los tantos modos que tienen las palabras para hacerse sentir. Odio todos los anticipos de cualquier cosa: prefiero jugar completamente con la lengua, jugar a la venganza, hasta horadar por completo la puerta, derribarla con toda la muerte que soporto, derribarla ahora mismo y beber su cáliz. Simplemente el anhelo del poema es así. 


domingo, 25 de diciembre de 2016

ALTAS ALAS PARA UN VUELO (MONÓLOGO) .

André Cruchaga





ALTAS ALAS PARA UN VUELO
(MONÓLOGO)



Es una sensación del ojo interminable de una curva
es como una actitud de frío cósmico
tan frío, que la nieve entre sus rejos tirita,
desvistiendo mis lejanos rincones sombríos
en que abrazados buques, silenciosos, deformes,
se abordan en un beso sin rotura o naufragio
en el que los colores no son labios ni rojos,
tal es la mutación y velocísima.
José María de la Rosa




Aparte de las metáforas internas, el poema en sí mismo constituye una metáfora. De ahí que, resulta demasiado simplista hacer inferencias rápidas respecto del tema. De hecho el poeta puede, por consiguiente, tener más de una línea argumentativa. Siempre el destinatario es un lector. Un lector que muy probablemente tiene la misma o parecida armadura, un lector cuya desnudez lo saca de su semiconsciencia. Pero es la complicidad lo que en definitiva uno materializa en el texto. Al menos en mi caso, sólo así la lectura se torna edificante. Por cuestiones de temperamento y carácter, cada ser humano es proclive a ciertas lecturas y temáticas. Un teórico, un erudito, un académico, un intelectual, una persona avezada en estos menesteres, de seguro tiene sus puntos de vista y argumentos. En mis poemas, a menudo sólo dispongo de la noche, o de los olvidos que permiten que uno se distraiga de la realidad, o de ciertas realidades. Hacia o desde los tantos aturdimientos, Louis Aragón, Aleixandre o Alicia en país de las maravillas, Braulio Arenas, Antonin Artaud, José Bergamín, Emilio Ballagas, o los Augurios de inocencia de Blake, José Bergamín, Cernuda, Pound, Los cantos de Maldoror, o Cantos de vida y esperanza, la lista sigue y a golpea con justa razón hasta la memoria. “Nadie intercede cuando el desuso cae al vacío, —hay roturas y habituales/  retóricas de algo que los ojos no pueden garantizar./ En presencia de la orfandad, ésta nos convierte en la peor miseria./ Muchos sentimos la pesadez de los cascos en la boca, el trote de sombras/ en plena salivación. Las caídas cuando son constantes, se amortiguan/ en la memoria, luego la demasía las hace parte del escupitajo varicoso/ de los días hondos que perviven en el cuerpo./ Hay tantas fotografías y espejos, que alguien sin más se convierte/ en amanuense de esta oscura especie de reveses.” Sólo meneo la cabeza y empiezo a olvidar muchos nombres. De pronto, oscilo entre el escepticismo del cuerpo y el espíritu. ¿Qué destino final tiene el poema en las manos del lector? ¿Qué atracción o contradicciones encuentra? Sobre esto podríamos elucubrar largamente, pero vale la pena repensar este acto mágico de conocimiento y deslumbramiento: la vida de las palabras. El del encuentro puede ser amoroso y, en consecuencia, de satisfacción, o, sencillamente puede ser a la inversa. Sentimiento válido, por supuesto. Mi presupuesto es que no se debe hablar de la noche sin haberse ahogado en ella.  Uno tiene que ver también las magnificencias del tiempo. El problema es que a menudo, hasta la lectura de torna una pantomima. El texto, sin duda, nos da una manera de entender la vida, de cultivar la mente, de dejar a un lado los desalientos o profundizarlos. ¿Qué busco en cada palabra? La luz, ese estrecho camino del sendero iluminado, un mundo que me revele algo, o me haga volar. Es hermosa la fuga desde las alas de un poema; uno se conforma con el roce leve de ellas, tiemblan, son sagaces en las manos. Son orgásmicas. Pulsantes. Sin puntuación parecen un desfiladero tenebroso, una lluvia enrarecida de rebuznos, un pájaro de heces sobre una flor. Evoco las infancias perdidas en los oráculos, Rilke, don Miguel de Unamuno, Los ríos profundos, esa tempestad de Cien años…,don Cintio Vitier y aquellos seres tan fantásticos en el Quijote, entre las flores del mal. Mis manos y mis ojos han presenciado la desesperación, el sabor y desabor que me dejan los libros, es decir, la lectura. En este momento sólo sé, que soy en la medida que me renuevan las intemperies, en la medida en que me hacen tangible el evangelio del entendimiento. Ningún agravio tiene la fuerza que el impedimento a la lectura. Quien amenaza o desdeña, seguramente no ha entendido la corporeidad de las palabras, aquello del sentimiento y el amor que muy bien acotaba Platón. Yo escucho, dulce, el latido de las palabras, pero también ocurre que son bisturí, o magníficas alas, altas alas para un vuelo interminable. A falta de atril, las ramas del viento y su hirsuta neblina.

sábado, 24 de diciembre de 2016

VERSIÓN DE LOS OJOS (MONÓLOGO)

André Cruchaga, visto por Lucian Opriceanu (Rumania)





VERSIÓN DE LOS OJOS
(MONÓLOGO)



Recordado tapiz, enjoyado por los donceles madrugadores,
saltando entre banderas con la cara quemada de los bandoleros,
con los guitarreros que les llevan agua a los caballos
y con las dormidas anémonas falsas de la mujer despreciada.
En las endurecidas endechas de las azoteas
que borraban las noches notariales
que si se abrían sobre la muerte, pestañas y peinecillos
grises del estanque recurvaban como un barco amarillo.
José Lezama Lima




¿Cuántos ojos ciegos están o han quedado atrapados en su propia memoria? ¿Cuántos sin no ver miran? ¿Cuántos sentidos mitigan la noche del mundo? Uno vive esa acumulación de experiencias, el peregrinaje continuo hacia la vivencia. Cada tiempo se va haciendo una atalaya histórica y aún hay mucho por recorrer aunque sólo sea a través de las ventanas. Nadie que yo sepa está exento de todos estos resfriados, de la gangrena, de la genuflexión.  Nadie con la boca abierta frente a los ruidos, nadie ante el pálpito de cabeza micro cefálica. Sé de seres que viven atrapados en una lágrima, en la piladera insomne de la historia, o en la horqueta de sus ansias, o en la dentadura postiza de la incredulidad. “A veces no hay otra salida más que la del olvido, ciertas inocencias/  como las tormentas inesperadas, ciertas imágenes con flecos, parecidas / a la castración. Huelo los perfumes proferidos del anís./ El espejo atrapa, sin duda, cualquier resplandor, —usted que padece / de histeria lo sabe, incluso conoce el lenguaje frío de la sed o los letargos./ Sospecho que nada es nuevo y que vivo atrapado en la posibilidad hiriente/ de una lágrima, o añorando aquella vagina amarrada a mi boca.”  Sólo que el olvido puede ser una trampa. Aquí nos golpea, pintarrajeada la política de todos los días, es una viuda negra y usted lo sabe. Aquí hay agujeros por todas partes como las cloacas cuya misión es el ahogo. Galopan con su frenesí peculiar las alcantarillas, las cotizaciones y el desuso ideológico que llega hasta los calcañales. Vivimos atrapados en esta suerte de  Sodoma, hasta dónde merecemos esta almohada de la medianoche histórica, sin que la estupidez cambie y siga aquí como un vulgar prostíbulo. A uno lo cubre esta realidad de ignominias como una enorme máscara de botas y jaulas, de ciénaga y búhos.  Existe un flagelo de codos apuñados y una bóveda país con momias, y noticias distintas a las pesadillas que vivimos diariamente. Ahora no siquiera el humor negro tiene sentido, no lo tienen los analgésicos, ni de los dedos de la oscuridad que te señalan en un santiamén. Otros seguramente viven atrapados en los desmayos de su propia identidad, pero eso no está en el poema, pertenece a otro ámbito y a otras personas y a otro lenguaje. Hay abandonos superiores a la voluntad de quien los padece. Quién puede apelar con golpecitos de pecho ante el cieno enraizado en algunas conciencias, quién a fin de cuentas rematará nuestras vidas, al tiempo que nos queda y que se nos haga vivir con trampas. Desde el pórtico del alba, uno ya está atrapado en esos desgarradores espejos del país y en sus clubes de fanáticos que por cierto no son pocos. También se decapita haciendo de los disturbios un hermoso panorama. Debo suponer que hay días que nacen para que uno los salte, o los asalte, aquí no hay mayor diferencia semántica. En el baile de la oscuridad, laten los pedacitos de historia, es decir del mundo arremolinado a golpes. Alguna vez, en algún atril silban las palabras de los niños, o se siente ese nudo de ellas en la garganta. Uno está a merced también de las aceras húmedas, del bajo mundo de la ofrenda y el madero, de ciertas ceremonias que carecen de estupor. Uno sabe que el dolor gotea desde las pestañas, desde los silencios empujados por el galope. Uno sabe de toda la plusvalía que tiene el sollozo, la aflicción. Sabe de los asideros del pillaje y sus amaneceres de mosca en vuelo. Duele vivir atrapado en las osamentas y heces de la historia. Sé de quienes bailan cualquier son y los disfrazan de actitud plural no beligerante. No me pueden dar un abrazo y, simultáneamente una bofetada. Hay bocas y zapatos que sólo nacieron para ocupar un cuerpo, por desgracia. En adelante será mejor ser estatua, sería el mayor disimulo dentro del espectáculo. Lo más novedoso de toda la novedad posible.  

viernes, 23 de diciembre de 2016

TIERRA VISIBLE

Imagen cogida de la red




TIERRA VISIBLE




Acaso un día descansen todos mis ardores en la rama de luz violenta
de los estíos, en la gota de pestañas escupidas por la boca de la desnudez.
En la postrera sombra de mis ausencias, hay gritos que se rompen
en la dureza de las paredes: es como si de pronto hubiesen sido edificadas
para mitigar, como las oraciones, las tristes quemaduras de lo vivido.
Nunca se sabe con cuántos vacíos se dibuja el aire.
Nunca se sabe hasta dónde aprieta la hojarasca, hasta dónde soportan
las sienes la jaula del pantano que bulle como la muerte.

Hay un punto de cipreses en que las alas quieren aferrarse a la arcilla.
Nada es extraño a los ojos cuando ya el musgo es propio de los imposibles.
Nada más duro que caminan sobre la espina horizontal de los litorales.
Nada más cierto que el pájaro de granito abrasado por la boca
múltiple de los titubeos. Sueño interminables máscaras antes de bajar a la luz,
antes de escribir el sigilo perenne de ciertas tempestades.

(En los brazos del afán también la cópula de humo), la pobreza de todos
los días asentida, sin más extravíos que la mirada.
Es terrible cuando todo lo violento se apodera de nosotros como una sombra.
¿Cómo aprender de tanteos en un país que a diario se desmorona?

Después de todo, hay cierto lenguaje para el engaño, cierta hermosura errátil
en cada hoja que cae y se aquieta en su ciega palpitación.
Sólo tienen peso los días que no se adivinan, el viejo barro con sus peladuras.
(Lo demás es duro como los asedios cotidianos.)
Barataria, 26.X.2016

jueves, 22 de diciembre de 2016

MAL DE OJO DEL DELIRIO (MONÓLOGO)

André Cruchaga





MAL DE OJO DEL DELIRIO
(MONÓLOGO)



Ved la seguridad del pene joven, correctamente torcido
y estudioso, al que ofrece alimento una esposa sin falda,
con importancia de retórico medievo o escarabajo, que se contonea
-dignamente-, con su velocidad de ancas en pico.
Su cuello conserva unas lamentables huellas de chimenea
sin teja o ladrillo difunto
y al fondo todo un paisaje en la pantalla de cines paralíticos.
José María de la Rosa




En la suplantación del horizonte, quizá, las palabras silenciosas. El poema y esa reconstrucción de muchas vivencias; las diferentes formas que el frío tiene, ahí, sin rendirse uno buscando lo profundo. Al cabo, la vida tiene bíceps de toro y no de pájaro, de pájaro sólo los cuchillos de la risa, los circos que nunca escapan y que forman parte del fuego. Un horizonte oscuro tropieza en los calcañales de mi aliento, en la multitud de mis pupilas. En la áspera saliva del relampagueo,  los nudos agitados del ansia. Desde luego, quien tiene en sus manos el albor del alba no necesita de suplantaciones, ni de maquinar para reducirse a sólo forma. Mi oficio es callado de pecho, de manos, de zapatos. Sólo me  despierta el agua fresca del cántaro, o el cri cri del rito de mi infancia. Reconozco que me aviva la laboriosidad de las sombras y me hace enmudecer, el caballo oscuro de la cruz, las edades suplantadas, y las cornisas sombreadas de saliva. En cuanto a mis recuerdos, son terribles; lo es el poema y el mal de ojo del delirio y su sádico erotismo. He aprendido a no fiarme de las pelambres, ni a quedarme sentado en el taburete del aire. Uno se hastía de reverencias, de hacerlas, de recibirlas. Pero la mano del poema centellea y es amable, columpia sus puntapiés de vocales. Nada es tan elegante como una mosca sobre el poema, con la desesperación ennegrecida del sarcasmo. “Ninguna epifanía deja de ser hermética en la desnudez de las suplantaciones./ El horizonte es prolijo en humedades y estatuas, ebrias a tal punto/ que sus entrañas chorrean sórdidas asimetrías./ Jamás he visto otra forma que no sea la agonía, esa sombra próxima/  a las alucinaciones, dúctiles en escombros y lívidos, fantasmales como la noche./ No sólo se cambia de sed en las múltiples amnesias, sino de candelabros,/ de escupitajos y miedos. Tiembla el moho en la moral del tiempo./ De nada ha servido haber cambiado los mausoleos de los atrios: / sigue la misma estirpe de sótanos en los ojos, sigue la muerte en su realidad tangible, / el clamor de la escoria, el pájaro seco del grito sobre la herida.” De pronto, únicamente tienen validez los sueños; el poema extendido en el pecho da la medida del horizonte. A menudo, comienzo escribiendo en mis costados, arguyo incestos, dolores de cabeza, retortijones, acefaleas, delirium tremens. Y claro, se redime en él. Resucita uno. En la última palabra, el goteo del alambique de los amantes, el espejo funeral del aliento y sus murmullo de flor de las once y su vital monólogo de los sentidos. Al mismo tiempo, uno vive aterrado y expulsado. Ahora, aquí, en la inmediatez de lo indócil. ¿De qué está hecha la misericordia, los dientes, la boca abierta, la falta bestial de la indulgencia? Cada palabra se encarga de expiar mi espíritu, duro, a menudo, el garrote de los grises, el vestíbulo del aliento, los golpes que uno recibe. En su cavidad, la suplantación nos lleva por mundos irreales de perversión. Sólo deseo que la luz sea totalmente imparcial y que sea avezada frente a los merodeadores. Siempre espero frente al umbral la linterna de las palabras. No me detengo en los puntos personales, ni en la levita del zigzagueo, ni el galope putrefacto del pescado, ni en los espacios esparcidos de las escaleras. Muerdo, claro, los empedrados de la noche, y su vestido de duras servilletas. Ardo en el cántaro monástico de la luz. Dentro de los ojos se condensa el universo con todos sus estruendos y amasijos. Yo escribo, aquí, todas mis edades. Los días devastados, la carme. Porque escribir es como volver siempre al primer amor: es la estética primera de la pulsión, la conciencia que se forja por fin, renunciado a las osamentas y a ese gris que crece de manera ondulada en los antros. Un poema, supongo que siempre guarda gotas de esperma y cintillos de arco iris y conjuros y sudorosas tempestades. Después de todo, me niego a los arquetipos y a hacer ademanes trepidantes. Es posible que siempre escriba el mismo poema, aunque cada vez lo surta de relecturas, por si acaso. 

miércoles, 21 de diciembre de 2016

A LO LARGO DEL SENDERO

Imagen cogida de la red




A LO LARGO DEL SENDERO




Desciendo junto al vaivén de los senderos: debajo de la hoja oscura
del aliento,  la sospecha de cuanta sombra se avecina con su secuela de sangre.
Es el mismo camino de la historia que se yergue.
¿En qué multitud de aguas oscuras se hunden las gaviotas, justo cuando el pulso 
se altera sobre la sombra de escamas?
¿Qué diente posible muerde la roca allí en el respiradero de los sueños?
Cada cobija va acumulando lo remoto, o la página atribulada de neblina.
Siento la ignorancia del polvo en mi olfato, el hollín insoportable del tiempo,
el rojo conacaste entibiado en mis manos, el latido sepia de los chiriviscos.
(Nada hay. Nadie conmigo desde la emoción de caminar al pájaro.)
El tiempo procura darnos delirios, pero también orfandades y mundos desiguales
 y ecos de serviles malezas.
Sobre la tierra abrasada duermen los ponientes y los ojos que me faltan.
Toda ráfaga de polvo, es como un juego siniestro de caricias.
Yo he nacido irreconocible en medio de la crudeza de muchos espejos.
Cada quien aprende a sobrevivir dentro de este caos a ratos inexplicable.
(Es como si se tratara de llevar la tristeza sobre los hombros, la soledad 
sin pronunciarse, los ojos arrebatados por los amarillos de la noche.
Tantas sienes lóbregas en suspenso, como un cortejo de paisajes quemados.)
⎼⎼Detrás de mi pecho, la tierra hecha nudo en mi garganta.
Hay instantes fríos como esta agonía de no sentirse a salvo cuando se escupe.
Barataria, 23.X.2016

martes, 20 de diciembre de 2016

TANTAS VECES UN DÍA (MONÓLOGO)

André Cruchaga, visto por Lucian Opriceanu (Rumania)





TANTAS VECES UN DÍA
(MONÓLOGO)



Sostengo dulcemente tu peso como brisa sobre una flor
bajará un ángel por tu forma la mañana suena las golondrinas en los árboles
como cuando se caía la sortija de tu voz en el patio
a la orilla de tu piel hay un canto crecido
doy vueltas a mi pregunta la geografía es sentimental
inmersa en el estanque se abre tu sonrisa repetida
la Torre Eiffel a tu lado flor geométrica para los poetas puros
Carlos Oquendo de Amat




Tantas veces un día. Tantas semanas, meses, años, el poema siempre con sus lenguajes múltiples. Ningún Dios desnuda el revoloteo de los estornudos, cada quien esculpe la palabra a partir de la armadura que tiene. Hay quien lee al otro, pero no necesariamente el otro lo lee a uno. Esto, claro, tiene que ver con la filiación y derivación de nuestras propias conquistas. A muchos nos gusta el golpecito de manos en el hombro, el rito, la zalamería, y los anuncios bullentes de la publicidad. A otros, y me incluyo, nos gusta pasar desapercibidos, celebrar sin retumbos y gesticular acorde al aire que respiramos. El poema es destrucción y a la vez resurrección; el poema es sombra y a la vez luz, es la idea del cuerpo poseso, encarnado en el poema, el enigma y la mazmorra, la experiencia más intuitiva de lo invisible. Entre la palabra y el poema, trepida el ojo y el cuerpo y todos los diuréticos y afrodisíacos. Siempre estoy próximo y distante de los demás lenguajes generacionales: el mundo, nuestro mundo, es tiempo y suspiro; el mundo es el aquí y el ahora, lo que tenemos, el infinito es sólo el sexo deseado, nada más. El poema es la fuga y la negación, es el milagro que desciende a la tierra: “—Nunca hubo sosiego para aquellas terribles hambres: el mismo grito/  arrancado a la boca, los paraísos expulsados de la memoria,/ la embriaguez inmediata de las onomatopeyas./ Siempre en el aquí, hay días avezados y hasta lamentos cuando llega/ la penuria, y devastados entredecires en medio de las palabras./ No hay misterio alguno en este cuaderno balbuciente de oscura sal;/ El infinito es sólo una tumba transitoria con amargos aperos./ Y aunque el asedio parezca una eternidad, lo cierto es que nos disolvemos/  en olvidos, y en menudencias que luego aprietan el hastío.” En cada sobresalto, hay ojos tuertos: uno no puede menudear los posibles y los imaginarios: no se es poeta por hacer vida pública, ni por denostar, ni arredrar contra el que se edifica con postulados diferentes. Quizá en cada esplendor haya oscuridades que uno no ha advertido, ningún pensamiento está construido a partir de milagros, pero es evidente que existen subterfugios y máscaras, manos peludas colgando de los párpados, adormideras doctrinarias del tiempo. En esas tantas veces de los días he aprendido a apretar los dedos de la muerte y ante los vientos hostiles, poco fraternos, me repliego a mis sueños, aun sean acantilados, o retumbos de golpes silenciosos. Construirse como es menester no es fácil. Prefiero mis palabras enjutas. Sabido es que toda palabra es atributo, búsqueda y, en esta caso individual, porque es la psique la que se debate con todas esas fuerzas de la historia y la moralidad. Me estremezco al pensar, desembarazado en todas estas innumerables situación que rodean la escritura del poema. Dicho esto, el intento del poema es casi orgásmico, poderosa acción de trazar linderos, de concurrir a las profundidades del agua. Señoras y señores uno se conmueve por todo este movimiento sísmico, por el pájaro que nos habla en la mañana desde la flor, por la sed digamos hecha sueño, por la metáfora de romper la jaula y hacer caso omiso de todos aquellos que lo adversan a uno. Yo sólo ovaciono a las palabras, no las rarezas del chancro y la gonorrea o la sífilis. Hay una vieja fatalidad en el poema: uno tropieza con los amarillos resuellos de la hojarasca, con el relampagueo de las telarañas, a veces con el ronroneo de los académicos y eruditos, con los que yendo al trote, tropiezan con el poema. Yo sólo veo a la distancia los arpones y a ciertos espadachines de cócteles y a ciertos magos del estrépito. Todo me lo gasto en la intemperie de mis hundimientos, en esa tormenta total del cuerpo y no, en la gota de agua que resbala en el dedo meñique.